Montevideo (AFP) – A sus 86 años, César Pintos recuerda cómo de niño tocaba el tambor con sus amigos en las calles de los barrios de mayoría negra de Montevideo, golpeando latas con ramitas según los ritmos traídos de África por sus antepasados esclavos.
Era la década de 1940, apenas 100 años después de la abolición de la esclavitud en el pequeño país sudamericano, un período de crecimiento explosivo del candombe, un estilo de música afrouruguayo único.
«Lo trajo de la epoca del esclavitud, (lo) trajo el negro», dijo Pintos a la AFP sobre esta música reconocida por la UNESCO como patrimonio cultural y transmitida en el seno de las familias afrodescendientes. Lo traían «en la cabeza, (porque) no tenían nada», ningún bien, explicó
Ya adulto, Pintos formó su propia «comparsa» de tamborileros y bailarines en su barrio de Cordón, una de las cunas del candombe.
Llamado Sarabanda, el grupo participa hasta el día de hoy en «Las Llamadas», un desfile anual aclamado como una celebración de la herencia africana y el punto culminante del carnaval de Montevideo.
Cada año desde 1956, decenas de comparsas marchan por el centro de la ciudad con las caras pintadas y elaborados disfraces que recuerdan un pasado lejano de un continente extranjero.
En una competencia de dos días a la que asisten miles de personas, tocan el candombe en tambores de madera y piel de animal mientras extravagantes bailarines se pavonean.
De «cosas» a estrellas musicales –
Hoy, Las Llamadas son celebradas por todos los grupos raciales. De hecho, muchos de los componentes de las comparsas son blancos.
Pero los orígenes del candombe son netamente negros.
Pintos está orgulloso de su herencia, pero como la mayoría de los afrouruguayos, tiene grandes lagunas en su genealogía.
«¿Mi familia? Nos trajeron como cualquier cosa… No tenemos ni idea de qué parte de África».
Montevideo fue un importante puerto de entrada de los esclavos africanos trasladados por los europeos a Sudamérica a partir de la segunda mitad del siglo XVIII.
A finales de 1700, más de un tercio de la población de la capital eran afrodescendientes, según el sitio web del municipio de la ciudad.
Para generaciones de esclavos y sus descendientes, tocar el tambor y bailar en su tiempo libre era una forma de aferrarse a los lazos con la Madre África, que se estaban debilitando rápidamente.
Cuando se abolió la esclavitud en Uruguay, a mediados del siglo XIX, los afrouruguayos crearon sociedades de ayuda mutua en los barrios negros de Palermo, Sur y Cordón.
En las animadas reuniones de estos grupos, el candombe nació de una embriagadora mezcla de percusión africana.
«Fundamental» –
«El tambor es para nosotros fundamental. Es importante porque nos sirve para revindicar un montón de cosas, para hacernos sentir cuando tenemos que reclamar algo y también para disfrutar cuando llega la época de carnaval», dijo a la AFP Alfonso Pintos, hijo de César, de 59 años.
Destacó el papel de las comparsas en promover la oposición uruguaya al apartheid en Sudáfrica y, en el plano local, en la lucha contra la dictadura militar que se impuso en el país entre 1973 y 1985.
Hoy, Las Llamadas son más fiesta que protesta, pero la lucha por la igualdad no ha terminado.
Según el Banco Mundial, Uruguay destaca en América Latina como una sociedad con un bajo nivel de desigualdad, aunque los negros tienen más probabilidades de ser pobres.
El último informe sobre desigualdad del instituto gubernamental de estadísticas INE indicó en 2014 que más de la mitad de los afrodescendientes no tenían satisfechas sus necesidades básicas, en comparación con menos de un tercio de los blancos.
Nueve de cada diez afrouruguayos de 20 a 24 años nunca llegan a cursar estudios terciarios.
¿Fiel a sus raíces? –
Poco más de 255.000 personas de los casi 3,5 millones de uruguayos se identificaron como afrodescendientes en el último censo.
Es un número creciente, pero una proporción cada vez menor de la población: alrededor del 8%, en comparación con más de un tercio hace 200 años.
«Uruguay realmente tomó muy en serio la idea de tratar de convertirse en una nación blanca», principalmente fomentando la migración europea, dijo el historiador George Reid Andrews, autor del libro «La negritud en la nación blanca».
Para muchos afrouruguayos, el candombe es una herencia preciada.
Alfonso Pintos, un carpintero de oficio, sucedió al frente de Sarabanda a su padre César, quien todavía hace apariciones especiales con la compañía.
El nieto de César, Pablo, de 34 años, es el coordinador de percusión y su nieta, Micaela, de 29, es la bailarina principal o «vedette» de la comparsa.
Catalina, de siete años, bisnieta de César, ya se prepara para convertirse en la cuarta generación de intérpretes de Sarabanda.
Pero algunos sienten que el candombe ya no es fiel a sus raíces.
Tomás Chirimini es presidente de la asociación cívica Africania y líder de la compañía escénica Conjunto Bantú, que opta por no participar en Las Llamadas o el carnaval.
«El negro (uruguayo) ha perdido un lugar de expresión de su patrimonio, de su cultura original. Un lugar para expresar su herencia», dijo a la AFP Chirimini, de 84 años, sobre lo que percibe como una comercialización progresiva de la cultura afrouruguaya.
De hecho, las cosas están cambiando, dijo a la AFP Fred Parreño, de 34 años, tamborilero de Sarabanda.
Pero «lo que sí es fundamental -remarcó- es el respeto al tambor. Y ser muy consciente de qué estás representando cuando te colgás un tambor. Estás representando a mucha gente que vino antes y que derramó hasta su sangre para que hoy caminemos por la calle», tamborileando. «Tenemos ese lujo».