Maricá (Brasil) (AFP) – Machete y celular en mano, el líder indígena Vanderlei Weraxunu recorre el futuro hogar de su aldea: un terreno público rodeado de bosque tropical al norte de Rio de Janeiro donde su comunidad dispondrá al fin de agua potable y tierra para plantar.
Provenientes de otras regiones de Brasil, unos 50 indígenas de la etnia Guaranú Mbya fundaron hace una década la Aldea Ceu Azul, en el municipio costero de Maricá, estado de Rio de Janeiro.
Pero la tierra donde instalaron sus casas y su escuela, cedida por un empresario, está degradada y no les provee agua ni tierra fértil para sus plantíos.
«Hace 150 años aquí corría un río. Pero en el siglo pasado el antiguo dueño transformó la tierra en un cafetal y eso la devastó. Derribaron el bosque y con eso el río secó», explica Vanderlei, originario del estado de Santa Catarina (sur).
Su acceso al agua se da exclusivamente mediante camiones cisterna enviados desde la ciudad por la alcaldía de Maricá.
Por eso, desde hace algunos años negocian junto al poder público una solución, que está más cerca que nunca de concretarse: la mudanza a un terreno de 500.000 m2 donado por la Alcaldía, a unos 35 km de allí.
«Tendremos más recursos, podremos plantar (mandioca, boniato), recoger hierbas medicinales», además de tener acceso permanente a agua potable directamente de la tierra, explica.
También pretenden recuperar la plantación de semillas autóctonas, como las del maíz guaraní, al que le atribuyen un carácter sagrado.
Y poder cultivar su propio bambú para fabricar artesanías, importante fuente de ingresos para la aldea.
«Ahora enfrentamos muchas dificultades, precisamos traer el bambú (para hacer cestos) desde otras aldeas», asegura Maria Helena Jaxuka, otra líder de la comunidad.
El nuevo terreno, rodeado de un frondoso bosque en lo alto de una colina, precisa reformas para nivelar el suelo y trámites burocráticos para convertirse oficialmente en propiedad de los indígenas, algo que debe concretarse en los próximos meses.
«La alcaldía les proveerá toda la estructura: las cabañas para vivir, escuela, salud y un centro cultural para que puedan recibir visitantes y vender sus artesanías», dijo a la AFP Maria Oliveira, coordinadora indígena de la Secretaría de Derechos Humanos de la Alcaldía de Maricá.
Vanderlei se entusiasma al pensar en la mudanza, cuyo objetivo es «preservar la naturaleza» y también la «cultura, la forma de vida del pueblo Guaraní».
«El pueblo Guaraní y todos los pueblos indígenas somos guardianes de la naturaleza. Dependemos de ella, es quien nos ofrece la vida. Por eso la cuidamos con cariño», afirma.
Se estima que en América del Sur viven unos 280.000 indígenas Guaraní, distribuidos entre Brasil, Argentina, Bolivia y Paraguay, según el Mapa Guaraní Continental 2016, informe que reúne datos oficiales y de ONGs.
En Brasil viven actualmente unos 85.000, de los subgrupos Kaiowá, Nhandeva y Mbya, de los cuales más de 64.000 están concentrados en el estado de Mato Grosso do Sul (centro-oeste) y unos 20.000 en las regiones sur y sureste de Brasil.
Identificados por su alta movilidad y su habilidad agrícola, estos grupos continúan protagonizando conflictos con productores agropecuarios por la disputa de sus tierras, de donde en muchos casos fueron desplazados a raíz de la expansión económica.