Tijuana (México) (AFP) – «¡Sí se puede!» atravesar cualquier muro, aseguran desafiantes algunos mexicanos frente a la frontera con Estados Unidos, donde este martes el presidente Donald Trump visitó los prototipos de la nueva muralla con la que pretende seguir alejándose de México, tanto en la cartografía como en la diplomacia.
El mandatario republicano, que desató la peor crisis diplomática con México al pedirle que financie su nuevo muro, observó sus prototipos en Otay Mesa, una polvorienta zona de la estadounidense San Diego. Al mismo tiempo, pero del otro lado de la frontera, en Tijuana, unos 50 mexicanos realizaban una manifestación de protesta.
«No pagaremos tu muro» y «no somos enemigos de USA», se leía en algunas de las grandes pancartas que colocaron sobre la valla ya existente.
Sin embargo, llamaron a un «boicot comercial», que consiste en que los mexicanos viajen y compren menos en Estados Unidos. Para ellos, la llegada de Trump es una provocación.
Pareciera que Trump «quiere venir a decirnos que aquí está, que va a hacer lo que él dice de los muros», dice a la AFP Eladio Sánchez, un obrero de 30 años que vive desde niño en un humilde barrio a escasos metros del lado mexicano de la frontera.
Una primera pared metálica fue construida en la frontera en 1993 bajo el gobierno del demócrata Bill Clinton. Luego, se añadió una malla con púas.
«Y ahora los nuevos muros que piensan poner. Cada vez le van añadiendo más, cada vez más altos», lamenta Sánchez, al contemplar los prototipos desde lo alto de la barda de su casa de ladrillos color gris.
Estas muestras, de unos nueve metros de alto y paredes completamente lisas, fueron construidas por seis compañías y cada una costó entre 300.000 y 500.000 dólares.
La o las elegidas serpentearán sobre gran parte de la frontera mexicano-estadounidense, de cerca de 3.200 kilómetros y una de las más transitadas del mundo.
Para Sánchez, que ha cruzado la frontera ilegalmente varias veces, el prototipo más retador es el único con un copete de rejas y picos, construido por Texas Sterling Construction.
«Igual sí se puede cruzar, ‘nomás’ que está un poquito complicado, pero siempre le busca uno la manera de cómo brincar. Por la necesidad, no es que uno quiera», asegura este hombre que extraña poder ver, sin obstáculos, las montañas del desierto.
Del lado estadounidense, en California, un estado con una importante población latina y que se opone a la política migratoria de Trump, también hubo manifestaciones.
– Energía «fuerte y poderosa» –
Se estima que unos 11 millones de indocumentados viven en Estados Unidos, la mayoría mexicanos.
Ellos son «¡la prueba de que sí se puede pasar! y que cada vez estarán pasando más mexicanos!», exclama Sergio Tamai, fundador de la ONG Ángeles Sin Fronteras.
«Van a buscar por dónde (pasar), el desierto, la montaña, los polleros (traficantes de personas). El ánimo de querer pasar no se quita. Ese deseo de querer mejorar a su familia es una energía tan fuerte, tan poderosa», explica este combativo activista frente al albergue Hotel del Migrante, que fundó en la fronteriza Mexicali.
Esta ciudad se demarca de la estadounidense Calexico con una oxidada pared metálica, adornada del lado mexicano por coloridos grafitis: uno representa a la virgen de Guadalupe, otro una serpiente con cuernos de carnero y en otro se lee «Penétrame».
Trump dijo el fin de semana que el presidente mexicano Enrique Peña Nieto está «loco» si piensa que dirá públicamente que México no pagará el muro.
Pero el canciller mexicano Luis Videgaray asegura que Peña Nieto replicó: «nunca pagaremos, de ninguna manera, por un muro en la frontera».
– «Completamente solo» –
Para Carmelo Alfaro, «todo es más duro con Trump»
«Es bien racista, no quiere a nadie. Están sacando mucha gente», cuenta este deportado de 56 años que dejó a su esposa y tres hijos en San Francisco, California, donde trabajó como jardinero más de 15 años.
Sentado sobre una colchoneta al ras del suelo del Hotel Migrante, este hombre canoso y cansado dice que regresará «completamente solo» a su natal Jalisco, pues sus hijos nacieron en Estados Unidos y difícilmente se establecerían en México por la falta de oportunidades.
A unos metros de él, Salvador Moreno friega el piso del albergue. Es lo que hace desde que lo deportaron hace dos años de California, donde vivió 14 años como campesino.
Sus varios intentos por regresar clandestinamente para reunirse con su hijo terminaron en detenciones porque ahora «es más difícil», pero esto no le impide acariciar su eterno sueño americano.
«Primeramente Dios», volveré, dice tímidamente.