Brasilia (AFP) – El mayor deseo de Valquiria Ferreira para 2021 es que el gobierno brasileño extienda la ayuda de emergencia con la que 68 millones de ciudadanos pobres como ella pudieron sobrellevar la pandemia desde abril. Pero su país está fiscalmente asfixiado y es difícil que se lo pueda permitir.
«Sin ese dinero hubiese pasado hambre. Si el gobierno no alarga la ayuda, no sé qué voy a hacer. 2021 será demasiado duro», explica a la AFP esta mujer separada, de 35 años, que vive con sus tres hijos en Santa Luzia, una favela de Brasilia.
Su preocupación tiene fundamento. El martes recibió el último pago de la llamada ayuda de emergencia, uno de los programas de estímulo económico contra la pandemia más generosos del mundo, que ha beneficiado a un tercio de los 212 millones de brasileños con asignaciones iniciales de 600 reales (unos 115 dólares), reducidas a la mitad en septiembre.
Ferreira se quedará entonces sin ingresos a partir de enero, cuando la reactivación económica está todavía lejos (el gobierno proyecta una caída del PIB del 4,5% en 2020), el desempleo sigue en niveles récord y la inflación está en alza, estimulada en parte por esos miles de millones de reales que aumentaron el consumo de los más desfavorecidos.
Brasil, con más de 192.000 muertos por la pandemia (un balance superado solo por Estados Unidos), vive además un severo repunte de casos y fallecidos y se ha quedado rezagado en la carrera mundial por la vacuna.
Según datos enviados por la Fundación Getúlio Vargas (FGV/IBRE) a la AFP, la ayuda de emergencia sacó a 12,8 millones de brasileños de la pobreza (personas que viven con menos de 5,5 dólares al día) y a 8,8 millones de la pobreza extrema (con menos de 1,90 dólares al día).
Con el fin de la ayuda, la tasa de pobreza volverá a niveles levemente superiores a los de antes de la pandemia y la de pobreza extrema puede duplicarse.
Sólo 19,5 millones de brasileños seguirán recibiendo recursos de la ya existente Bolsa Familia, cuyo monto es mucho menor.
«Vamos a situarnos al borde de un abismo social», alerta Marcelo Neri, director del Centro de Políticas Sociales de la FGV.
Entre los mercados y los pobres –
El presidente Jair Bolsonaro, que vio disparada su popularidad gracias al auxilio de emergencia, alega que esos subsidios deben cortarse «porque Brasil no aguanta más» sus niveles de déficit y su deuda.
Esta ayuda le costó a las arcas del estado unos 230.980 millones de reales (45.000 millones de dólares) y, sumada a otras medidas de estímulo, supuso un esfuerzo de casi el 10% del PIB.
En paralelo, la relación deuda/PIB saltó del 75,8% en diciembre de 2019 al 88,1% el mes pasado y podría llegar al 96% cuando se cierren las cuentas de 2020, según proyecciones oficiales.
«Brasil está entre la espada y la pared, porque los mercados presionan por el lado fiscal y tiene una situación de pobreza creciente», explica Neri.
Para el economista Alex Agostini, de Austin Rating, «si solo fuera por los gastos de este año por la pandemia, probablemente el gobierno tendría fuelle para seguir por algún tiempo con la ayuda de emergencia, hasta que la economía se recupere».
«El problema es que Brasil acumula un saldo fiscal negativo desde 2014 y este año acabó reventando todo», agrega.
El economista independiente Felipe Queiroz opina, en cambio, que suprimir las ayudas tendrá un impacto mucho más nocivo que el endeudamiento. «El auxilio de emergencia tiene un efecto multiplicador, genera empleo, genera consumo y evita que el PIB tenga una caída más acentuada», sostiene.
Keynes vs Guedes –
2020 debía ser el año en que Paulo Guedes, el ultraliberal ministro de Economía, pusiera un práctica su plan de privatizaciones y ajustes reclamado por los mercados.
Pero irónicamente la pandemia obligó al gobierno a desplegar «una política keynesiana a gran escala» y a posponer las reformas, en palabras de Neri.
Para Agostini, la posibilidad de avanzar con las reformas dependerá en gran parte de las elecciones a la presidencia de la Cámara de Diputados y del Senado en febrero. «Si tienes a alguien alineado con el gobierno, las posibilidades son buenas. Si no, como pasa ahora, habrá que negociar mucho y eso lo va a atrasar todo».
Pero esa no será forzosamente la agenda de Bolsonaro, quien para gobernar necesita de alianzas con partidos que no tienen gran interés en achicar el tamaño del Estado y, para ser reelecto en 2022, precisará del apoyo de los electores amenazados ahora por la miseria.