México (AFP) – Juan José Orozco, nicaragüense de 48 años que viaja por México en la caravana migrante rumbo a Estados Unidos, dice que gustoso le mostraría sus derechazos al exboxeador panameño Roberto «Manos de Piedra» Durán.
Boxea desde pequeño y recibió alegre a los boxeadores y entrenadores mexicanos que acudieron al albergue instalado para los migrantes en un centro deportivo de Ciudad de México.
«Cuando me tocan, agárrate que ahí voy. Me siento el ‘Manos de Piedra’ Durán. Con esta (mano) derecha es re bonito», dice el hombre que viaja con otros miles, en su mayoría hondureños, desde que salió de San Pedro Sula el 13 de octubre.
«Le diría (a Durán) ‘pruébame mi derecha'», dice mientras con unos viejos guantes negros suelta golpes al aire.
Varios migrantes más practican boxeo mientras otros aprenden a jugar ajedrez. La gran mayoría llegó el domingo pasado a Ciudad de México, donde ahora recuperan fuerzas y buscan distraerse.
«Aquí relajándonos de este viaje que vamos. Es algo que nos están dando para desquitarnos de los malos tiempos que hemos pasado y lo que viene, vamos para adelante», dice Orozco, admirador también del fallecido boxeador nicaragüense Alexis Argüello (1952-2009).
Otro entusiasta es Germán Saviñón, hondureño de 21 años que quiere intentar un futuro en el boxeo.
«Me interesa, siempre en la televisión había visto, nunca había tenido la oportunidad de probarme», dice Saviñón, quien exhibe músculos dignos de un boxeador profesional.
«Ya me probé y quiero seguir intentando para seguir aprendiendo. Me relaja el cuerpo», añade. Se siente bien en esta escala en la capital mexicana aunque no sabe «qué nos espera» más adelante.
Cerca, una mujer hace de sparring de un niño que recién se puso los guantes. «Haz de cuenta que está (el boxeador filipino) Manny Pacquiao y le vas a dar aquí», dice.
«Vengo a apoyar, de entrenador, a apoyar a los jóvenes, enseñarles un poquito», dice Arturo Luis Quida, boxeador mexicano de 32 años que atendió el llamado de otros deportistas para visitar a los migrantes.
«Les da mucho gusto que estemos aquí apoyándolos, que estemos distrayéndolos un rato de estos momentos, para relajarse, sacar el coraje, todo lo que traen, la tensión de que no están en su país», explica.
Cerca de ahí, otros migrantes se entretienen jugando fútbol mientras los niños se divierten con juegos de mesa o confeccionando rosarios religiosos con cuentas de plástico.
Amenizaron también la tarde Rubén Albarrán y Emmanuel del Real, de la banda Café Tacvba, famosa en Centroamérica. Armados con una guitarra, se echaron unos «palomazos» (canciones) que entusiasmaron a muchos viajantes.
– Mariachi y misa –
En el campamento -que ya cuenta con unas 5.500 personas, según autoridades mexicanas- también hay quienes simplemente permanecen sentados esperando la llamada a comer o noticias sobre el rumbo de la caravana.
A cuentagotas, grupos de unas 10 personas cada uno, generalmente jóvenes, abandonan el albergue decididos a seguir hacia Estados Unidos.
«Vamos para el norte, no a vivir aquí», dice José Fernando, un hondureño que camina con el paso vigoroso de sus 22 años.
Su paisana Yesmin Herrera, de 34, opina distinto. Marchando con cuatro hijos menores valora la seguridad de ir en caravana y ha rechazado ofertas de adelantarse.
«No nos arriesgamos. Llevamos niños entonces nos quedamos donde queda la caravana, ahí descansamos todos», dice a la AFP.
«No queremos irnos solos», añade su pareja, Giovani Enamorado, 35 años, quien agradece la comida y la seguridad del albergue y espera que las autoridades mexicanas los escolten cuando reanuden su marcha.
«Si ellos deciden no acompañar a la caravana entonces hasta aquí vamos a llegar», asegura.
Mientras resuelven el dilema, un grupo de mariachi alegra el refugio con tradicionales rancheras y una hondureña se anima a demostrar su talento para el canto.
Otro centenar de personas prefieren fortalecer el espíritu para lo que queda del camino participando de una misa que incluye cantos y bailes.
– «Uno tiene sus necesidades» –
También están los que aprovechan para ganar algún dinero, como Ayyi Collins, hondureño de 22 años que improvisó un puesto de cortes de cabello.
«Estaba en Pijijiapan (Chiapas), fui a una barbería a cortarme el cabello y miré que tenían una maquinita (para afeitar), pedí que si me vendían una para ir trabajando en el camino», dice mientras atiende a otro migrante.
Desde entonces, así gana su dinero. «La comida no nos falta pero igual uno tiene sus necesidades», dice mientras sus clientes esperan turno en la improvisada barbería en la que suena el reguetón.
«Hay que buscarle el lado a la vida, siempre honestamente», dice Collins al lado de otros migrantes que replicaron la idea y cobran 1,50 dólares por corte.
Dice que en su país no siempre se dedicó a «peluquear». «He sido chófer, comerciante, escritor, entonces siempre que hay una oportunidad me dedico a eso para tratar de sobrevivir».
No faltan quienes venden cigarrillos y hasta pizzas.
La caravana permanece en la capital mexicana esperando definir su próxima parada. Otros dos grupos de unas 2.000 personas avanzan por el sur del país esperanzados en llegar a la frontera norte.