Montevideo (AFP) – Un pueblo de la Toscana está en vías de desaparecer: sus habitantes se van o mueren mientras es tragado por el bosque. Del otro lado del océano, en Uruguay, un anciano le habla de aquel recóndito paraje de sus ancestros a su nieta, que decide hacer un documental.
La nieta es Alicia Cano Menoni y el resultado es «Bosco», un filme que teje los relatos nostálgicos de su abuelo con las alegrías y tribulaciones de los últimos residentes de Bosco di Rossano y su naturaleza indomable.
El largometraje, el tercero de la directora uruguaya, se alzó el año pasado como mejor documental en el Festival de Málaga (España) y se proyectó en Cannes.
Tras cosechar cerca de una decena de premios internacionales, acaba de superar su decimosegunda semana en cartel en Uruguay, un éxito inimaginable en este país.
A finales de agosto comenzará a exhibirse también en España e Italia.
El documental habla de «la pertenencia, de lo que queda de un lado y otro del Atlántico después de una centuria, después de una migración que se dio por necesidad y no por deseo», dice a la AFP Cano, de 40 años.
Su tatarabuelo fue uno de los fundadores de Bosco. Su abuelo Orlando nació en la ciudad uruguaya de Salto (norte) en 1917, después de que los Menoni emigraran por la guerra. Él nunca había visto, ni en fotos, la aldea de sus orígenes.
La cineasta, también salteña, creció escuchando aquellas historias de Bosco, pero ella sí decidió ir a conocerlo.
Al llegar se sintió inmediatamente ligada a él. Sus únicos 13 lugareños la recibieron «de brazos abiertos» y le ofrecieron una casa para su estadía. Regresó año tras año.
«Fui la primera en volver después de esa emigración de inicios del siglo XX, me recibieron como la parienta que volvía ‘de l’America'», recuerda.
En cada nueva visita registraba todo con su cámara, aunque sin tener muy claro para qué.
La constatación de que tenía entre las manos un documental le llegó 13 años después de pasar filmando «obsesivamente» aquella aldea de fábula y, en paralelo, el patio de la casa uruguaya de sus abuelos.
Aprender a despedirse –
«Bosco» es una reflexión sobre «el significado del hogar y sobre cómo aprendemos a despedirnos de las cosas y las personas amadas, adónde va aquello que desaparece, en qué se transforma», resume la realizadora, que también ha escrito y dirigido series documentales para la televisión italiana.
El enclave en medio de las montañas tiene 123 casas. Doce están ocupadas por animales, nueve se usan como depósito de alimentos y solo siete siguen habitadas por personas. El resto están vacías, según cuenta el filme en los primeros minutos. También tiene un cementerio con 639 lápidas.
Durante casi una hora y media, el espectador se sumerge en una atmósfera de ensoñación: una mujer que cuenta los pasos al subir una cuesta, otra que habla con vecinos muertos, cabras que invaden una vivienda, hojas que caen, una lagartija que come una cucaracha, un hombre que cierra los ojos y «rememora» paisajes que jamás vio.
La cámara se acerca a los rostros surcados de arrugas de Orlando Marciano Menoni Menoni, el abuelo, y de Rita, la pastora de Bosco, mientras sus voces evocan el paso del tiempo, que la obliga a ella a dejar a sus amadas cabras por cuidar a su marido enfermo y a él lo priva de su querido patio, al verse obligado a mudarse de casa.
«Las personas van envejeciendo y tienen que tomar decisiones vinculadas a las pérdidas, y los personajes aprenden y enseñan a despedirse de las cosas», dice Cano.
Eso hace de «Bosco» una película «muy universal, donde todas las personas pueden espejarse», añade.
Y lo que su propia obra le enseñara sobre el desapego y la despedida adquiriría un nuevo sentido en 2020 cuando, con 103 años, falleció su abuelo. Por fortuna, antes de marcharse pudo ver buena parte de aquel bosque a través de los ojos de Alicia.