Nueva York/Bogotá (Estados Unidos) (AFP) – Pasaron 20 años, pero al experto en rescates Luis Eduardo Marulanda aún se le corta la voz al recordar sus días en la montaña de escombros del World Trade Center (WTC) tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Fue entrevistado por la AFP en la madrugada del 14 de septiembre en Nueva York, tras emerger de la Zona Cero y ser aplaudido por cientos de personas después de buscar sobrevivientes durante más 40 horas sin parar. Y luego, 20 años después en su hogar de Bogotá, donde aún se pregunta si hubiera podido hacer más para ayudar.
«Se me pone la piel de gallina. Sabíamos que había mucha gente atrapada ahí», dice emocionado Marulanda, hoy de 57 años, al recordar esa noche en la que los desaparecidos se contaban por miles.
Cuando los yihadistas secuestraron y estrellaron dos aviones contra las Torres Gemelas, Marulanda se hallaba en Nueva York por casualidad, para hacer un curso de instructor de bombero y comprar ambulancias para la Cruz Roja colombiana.
Llegó al sur de Manhattan a ofrecerse como bombero voluntario poco después de las nueve de la mañana del 11 de septiembre, antes del brutal colapso de las torres. Recién saldría de allí 90 días después.
Sin rastros –
Cargando unos 45 kg de equipamiento -tanque de aire comprimido, hacha, tramos de manguera, pitones- fue uno de los primeros que intentó entrar a la torre norte para ayudar a evacuar personas mientras llegaban las primeras unidades de bomberos.
«Alcanzamos a subir cinco escalones, nada más. El caos era tremendo, la gente se lanzaba una encima de la otra. Era imposible subir, había una turba humana», recuerda Marulanda, que posee una gran experiencia como rescatista en terremotos, avalanchas y otras catástrofes en Colombia, Ecuador, Perú, México, Haití y Nueva Zelanda, además del 11/9.
«Gracias a Dios no nos dejaron subir, porque hubiéramos perecido en el colapso» como muchos bomberos que lograron hacerlo poco después, asegura.
Permaneció en la Zona Cero tres meses, primero buscando sobrevivientes, durmiendo un par de horas junto a otros rescatistas en oficinas cercanas desiertas, y luego recogiendo evidencia de todo tipo. Halló desde restos humanos hasta el tren de aterrizaje y la caja negra de uno de los aviones secuestrados.
«Vi miembros sueltos, troncos sueltos (…) Vi muchos, muchos cuerpos calcinados que quedaron muy pequeños, reducidos, imposibles de identificar», en medio de un fuerte olor «a pura carne asada», contó este experto en estructuras colapsadas hace dos décadas, exhausto y cubierto de polvo y sudor, bajo los enormes focos que iluminaban la Zona Cero, envuelta en humo.
Esta es una de las cosas que aún le perturban: el impacto del colapso de las torres fue tan tremendo que nunca se hallaron los restos -ni siquiera rastros de ADN- de cientos de víctimas. Muchas familias nunca pudieron enterrar a sus muertos.
«Vi a una familia mexicana a la cual le entregaron un par de zapatos para enterrar, recuerdo su cara, el traductor les hablaba y la mujer decía: ‘¿Y usted quiere que me lleve esto?'».
«Me tocó encontrar dedos, y un manojo de pelo largo, digo yo que era de una mujer. De ahí sacaban el ADN. Camisas, un brazo, una mano aplastada…», recuerda.
De las Torres Gemelas, le conmocionó «la destrucción gigante, muy, muy gigante, y en un espacio muy reducido». Y el recuerdo de muchos inmigrantes sin papeles que no osaban ni siquiera pedir los restos de familiares desaparecidos por temor a ser deportados.
«¿Hice lo suficiente?» –
También asistió a varios bomberos atrapados en el derrumbe del edificio 7 del WTC, de 47 pisos, que colapsó siete horas después de las Torres Gemelas.
«Corrí a ayudarlos, lavé sus ojos, les di oxígeno, les coloqué líquidos intravenosos», contó hace 20 años.
Hoy todavía se pregunta «si los que murieron tenían que morir». «¿Pude haber hecho más? ¿Hice lo suficiente?», se cuestiona.
Sentía «un dolor de patria, aunque no era mi patria. Pero uno no necesita ser ciudadano americano para sentir ese dolor. Y eso persiste», reflexiona.
Eran «jornadas maratónicas» y cuando no daba más, pedía ayuda a los psicólogos ubicados en carpas del otro lado del río Hudson, en Nueva Jersey. También había allí quiroprácticos «que lo desbarataban a uno, pero lo dejaban como nuevo».
Marulanda revivió durante meses la catástrofe del 11 de septiembre en sus sueños.
«Mi esposa me decía que brincaba mucho en la cama, me decía que eso le molestaba y la despertaba a cualquier hora. Hubo que empezar a buscar ayuda psicológica profesional, hablar mucho del tema».
No tuvo tiempo de pedir la extensión de su visa estadounidense en esos tres meses que trabajó en la Zona Cero. Cuando quiso regresar a Colombia, lo llevaron ante un juez migratorio.
«Me quería deportar, decía que yo era un irresponsable, un abusivo. Me prohibió regresar a Estados Unidos durante siete años».