Bogotá (AFP) – Creció en un puerto menesteroso del Pacífico de Colombia al ritmo de tambores, marimbas y el eco de la violencia. Aunque en Buenaventura jamás escuchó una ópera, hoy Betty Garcés seduce al mundo como una de las soprano afro más importantes de América Latina.
De sonrisa dulce y conversación apacible, la mujer de 39 años nunca ambicionó el éxito que la llevó a vivir en Alemania desde el invierno del 2009 y cantar en escenarios de más de veinte países.
«Nunca me imaginé que me fuera a ocurrir a mí, porque lastimosamente el entorno en el que crecí en Buenaventura no me daba muchas oportunidades de soñar», sostiene Garcés en conversación con la AFP en el Teatro Colón de Bogotá.
Enmarcada en una selva exuberante a orillas del Océano Pacífico, su cuna de unos 315.000 habitantes es afro (91%), abatida por la pobreza (41%), el desempleo (18%) y la violencia del narcotráfico.
Sus padres, un profesor de matemáticas y una artista, motivaron a sus hijas a migrar a la aledaña ciudad de Cali, aunque ellas entenderían solo «años después sus razones».
«Somos tres hermanas y a cada una nos mandaron a Cali a vivir cuando teníamos 14 años para protegernos (…) el ambiente estaba cambiando, se estaba volviendo agresivo» en Buenaventura, confiesa la cantante de prendas negras que contrastan con el rojo de un collar indígena en el cuello.
La artista soltera y sin hijos estudió primero en el conservatorio de Cali, pero su talento conmovió a uno de sus profesores quien se empecinó en gestionar una beca alemana.
Especialista en lied, concierto, música de cámara y ópera, su voz ha llegado a prestigiosos escenarios como el Parco della Música de Roma, el Teatro Real de Madrid, el Gulbenkian Hall de Lisboa, el Prince Mahidol Hall de Bangkok y la iglesia de San Eustaquio en París.
Pero alcanzar la cima del canto lírico le ha valido más de una batalla.
«En este sistema se tiende a encasillar mucho, hay muchos moldes (…) En cuanto al tema que soy una mujer negra, soy una mujer latina o americana, soy una mujer de talla grande, de contextura grande, y sueno y me veo muy diferente a lo que esperan».
-Del llanto al canto-
Cumbias, currulaos, arrullos, salsa y otros ritmos de influencia africana vibran en cada esquina de Buenaventura, pero la enseñanza profesional es escasa.
Garcés descubrió su sensibilidad artística siendo muy niña gracias a sus abuelos, la una sorda y el otro ciego. Tenía dificultades para comunicarse con el resto de su familia, sufría acoso escolar, por lo que la casa de sus abuelos se convirtió en un refugio.
Su abuelo «tocaba la armónica empíricamente» y ella, recuerda, se «tendía sobre el piso, ponía el oído para que se amplificara el sonido» y se «imaginaba que estaba en otro mundo».
Cuando su abuela falleció sintió que perdía el «polo a tierra» sin sospechar que del llanto y la desolación emergería «un nuevo lenguaje»: la música.
«Me quedé sola (…) en medio de ese duelo, de ese momento tan difícil para una niña de 10 años, perder su único referente de amor en la vida es muy fuerte», recuerda.
Pero un día, en medio de las lágrimas, «empecé a gemir» y «de ese gemido empezaron a salir melodías sin palabras. Era mi alma buscando una salida para tanto dolor y tantas emociones», detalla aún emocionada.
Es «el primer momento donde tengo memoria de un canto consciente y a partir de ese momento comencé a cantar y no paré», concede.
-Una voz para otros-
La voz de Garcés vuela potente en el teatro capitalino de la mano de Richard Strauss y la ópera «Ariadna en Naxos».
De peluca rubia y vestido brillante, la cantante hipnotiza y divierte con una pieza paródica y crítica sobre el mundo del teatro.
«Betty es una Ariadna de ensueño (…) espléndida a nivel vocal y a nivel actoral», sostiene el director Joan Anton Rechi de Andorra.
En esta versión, Rechi mezcla una tragedia clásica con un espectáculo popular de flamenco y lo sitúa en una fiesta durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando Garcés hace la venia final el teatro estalla en aplausos: «el cariño con el que te recibe el público colombiano (…) hace que quieras simplemente derramarte en el escenario», dice mientras sus colegas ensayan al fondo con mascarillas.
Hoy mira atrás y se sorprende que «a pesar de las dificultades siempre de alguna forma se abren las puertas».
Y si cuenta su vida es «con la esperanza que la escuche algún joven» dubitativo:
Porque «si yo fuera aún aquella niña que fui, esta historia me daría una fuerza para intentarlo».