Kandy (Sri Lanka).- Antes de que suene la campana que anuncia el comienzo de las clases en la escuela Senkadagala de Kandy, en el centro de Sri Lanka, sus alumnos ya han empezado sus clases en su huerto escolar.
Junto a sus paredes adornadas con botellas de plástico recicladas en macetas improvisadas para plantas de vivos colores, algunos empujan carretillas, listos para empezar a podar, desherbar y recolectar frutas y hortalizas destinadas a las comidas de los estudiantes.
Otros empiezan a trabajar en los viveros donde se guardan los anturios y cactus en macetas: estas plantas se cuidan con esmero para venderlas, junto con el excedente de la recolección de frutas y hortalizas que produce el huerto escolar. Estos concienzudos jardineros son los alumnos de la escuela Senkadagala que tienen deficiencias visuales o auditivas.
Los estudiantes aprenden aquí sobre su ecosistema y el valor nutritivo de la vegetación autóctona. Mientras que a los alumnos con discapacidad auditiva se les enseña mediante el lenguaje de signos, a los que tienen dificultades de visión se les capacita para identificar las plantas mediante el tacto y el olfato.
La escuela de Senkadagala es una de las 400 de Sri Lanka en las que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) ha implementado el programa de huertos escolares de emprendimiento, con financiación del Fondo de las Naciones Unidas para los ODS en Sri Lanka.
El objetivo del programa es promover la nutrición mejorando los hábitos alimentarios saludables mediante el cultivo y la preparación de alimentos. Además, pretende inculcar el espíritu emprendedor entre los estudiantes introduciendo oportunidades de venta y comercialización, como la venta de plantas ornamentales y macetas pintadas en exposiciones y ferias alimentarias.
También se educa a los alumnos en la diversidad alimentaria y nutrición, y planifican sus huertos escolares de conformidad con sus necesidades nutricionales. Con la introducción de métodos agrícolas modernos —como el uso de acolchado plástico y sistemas de riego—, aprenden a controlar el crecimiento de las malas hierbas y la infestación de insectos y a reducir la evaporación del agua y la erosión del suelo para maximizar la productividad de sus cultivos.
Sasala Maduwanthi, profesora de agricultura de la escuela, explica que el programa de la FAO es un instrumento de aprendizaje. «Nuestros alumnos aprenden mientras cultivan el huerto, por ejemplo, descubriendo la geometría que hay que tener en cuenta al delimitar los bancales y los linderos, y viendo el ciclo de vida de las mariposas», explica Maduwanthi.
Y añade: «el programa es especialmente beneficioso para nuestros alumnos, ya que les capacita en habilidades empresariales esenciales para un futuro autoempleo».
Confirmando esta afirmación, Theekshana Malinga, un estudiante con ceguera, que ya ha puesto en marcha un huerto casero aplicando los conceptos aprendidos en la escuela, afirma que, tras graduarse, «espera continuar en el campo de la agricultura y quizá incluso montar su propio vivero para cultivar plantas de flor en maceta para la venta».
Sonríe al recordar cómo ha cambiado su perspectiva de la nutrición desde el inicio del programa, y lo orgulloso que está de consumir alimentos cultivados por los propios estudiantes, ya que están libres de productos químicos y plaguicidas nocivos y son claramente más sabrosos.
Piumi Madhubashini Kumarasinghe, una alumna con discapacidad auditiva de la misma escuela, también ha puesto en marcha un huerto casero con chiles y rábanos. Tiene previsto crear algún día su propio vivero de anturios.
Kumudini Abeyruwan, directora de la escuela, señala a su vez que el índice de absentismo escolar se ha reducido drásticamente desde la puesta en marcha del programa. El embellecimiento del recinto escolar ha tenido un efecto positivo en los alumnos, y las habilidades empresariales prácticas que aprenden aumentan su confianza en sí mismos.
«Podemos ofrecer comidas sanas a los alumnos e infundirles confianza, sabiendo que consumen aquello por lo que han trabajado», concluye.
A unas cuatro horas de distancia de sus colegas de Kandy, Pamodi Bhagya, de Vishaka Balika Madya Maha Vidyalaya, una escuela femenina de la ciudad de Bandarawela, afirma que «además de aprender sobre huertos, el programa también nos ha enseñado a investigar nuevos conceptos por nuestra cuenta y nos ha proporcionado conocimientos prácticos y habilidades útiles para nuestra vida diaria. Entre ellos, el tratamiento de los desechos y el reciclaje, a comercializar los productos del huerto y a utilizar el espacio de que disponemos de la forma más productiva».
En reconocimiento a sus esfuerzos ejemplares, ambas escuelas recibieron financiación adicional a través del proyecto. Con ella, los alumnos de Senkadagala compraron cubiertas de polietileno para evitar el crecimiento de malas hierbas e instalaron un sistema de riego.
La FAO implementó el proyecto en estrecha colaboración con el Ministerio de Educación de Sri Lanka, el Departamento de Agricultura, el Ministerio de Sanidad, el Departamento de Medicina Indígena y las Secretarías Principales de las provincias pertinentes. Los funcionarios del gobierno esperan extender este programa a escala nacional.
Mahesh Attanayake, instructor agrícola del Departamento de Agricultura, comenta: «como la iniciativa fomenta los conceptos de adición de valor y comercialización, mejora las aptitudes empresariales de los estudiantes, les introduce en las prácticas agrícolas modernas y, por tanto, les facilitará un futuro brillante y carreras profesionales».