Antofagasta (Chile) (AFP) – El desierto de Atacama en el norte de Chile, el más árido del planeta, aspira en un futuro a convertirse en vergel gracias al desarrollo de cultivos con agua de mar desalinizada.
Entre dunas, en la ladera de un cerro, telas blancas y grises protegen la mayor producción hidropónica de Chile y la única en Latinoamérica que se nutre de agua de mar.
Aunque se puede producir prácticamente cualquier clase de hortalizas y frutas, las lechugas y las acelgas son las estrellas indiscutibles de este proyecto piloto que en vez de tierra para hacerlas crecer usa agua contenida en unos receptáculos poco profundos donde se disuelven todos los nutrientes necesarios para su desarrollo.
«¡Todo lo que se produce en la tierra se puede producir en hidroponía!», dice triunfante a la AFP Dolores Jiménez, presidenta de la Asociación de Agricultores Altos La Portada (Agralpa), a 30 km al norte de Antofagasta, que no dudó en vender su casa y cambiar por la agricultura high-tech las aulas donde daba clases a los más pequeños.
Cada mes, Altos La Portada lleva a los supermercados locales entre 20 y 30 toneladas de lechugas y acelgas, pese a que funciona al 23% de su capacidad y muchos de sus 140 socios todavía no han empezado a producir.
La falta de agua en una de las zonas con mayores problemas hídricos del mundo, no solo por la cantidad sino por la calidad -contiene altos niveles de arsénico y boro-, compite con las ingentes necesidades de la gran minería cercana y ha sido el mayor obstáculo para el desarrollo de este proyecto iniciado en 2011.
Pero las estrecheces hídricas y energéticas pronto serán cosa del pasado. Ya cuentan con tendido eléctrico y el agua desde la planta desalinizadora de Antofagasta llegará canalizada hasta los cultivos en mayor volumen a finales de año.
– Más agua y más barata –
Aguas de Antofagasta (filial de la empresa pública de la ciudad colombiana de Medellín), propietaria de la planta desalinizadora que abastece al 80% de la ciudad y su región, entregará para finales de año 42.000 m3 mensuales, frente a los 4.000 m3 actuales, recuerda a la AFP el secretario regional de Agricultura, Gerardo Castro.
También contribuirá a abaratar el costo del agua ya que los agricultores no dependerán de camiones ni transportadores para su entrega, como ahora.
Y a más agua, más producción en las 100 hectáreas que el Estado entregó en concesión para este proyecto, todavía artesanal, que pretende «ganar espacio al desierto».
«Cuando empezamos con este proyecto nos dijeron que éramos los locos del desierto. Hemos viajado harto porque queríamos conocer la experiencia en Almería (España) e Israel. Y tenemos el sueño de tener en el desierto un vergel, como en el sur de Chile», dice Jiménez, que tiene 18.000 puntos de lechugas, unas cinco toneladas, y uno de los invernaderos más desarrollados del lugar, donde se ha construido su propia vivienda.
«No usamos fertilizantes ni plaguicidas», dice. Pese a que las telas protegen los invernaderos del implacable sol del desierto y de las plagas, hay bichos pero no utilizan químicos y recurren a viejas prácticas como «esencia de quillay (árbol endémico), zumos de ajo y cebolla, trampas pegajosas». Sin embargo, no tienen etiqueta bio. «Logramos tener en este desierto la certificación sanitaria», dice.
Glen Arcos, un fotógrafo reconvertido en agricultor hidropónico, ha buscado un nicho de mercado en el cultivo de yerbabuena y menta, muy utilizadas en las populares limonadas que alivian la sed en los restaurantes de la ciudad.
«¡Es una de las mejores locuras!», dice mientras recorre con la vista los receptáculos de hidroponía colocados a ras de suelo. Tuvo que vender hasta su auto para cumplir el sueño de su papá, que venía del exuberante sur del país por la abundante lluvia, de hacer crecer algo, aunque fuera una mala hierba, en el desierto.
– Seguridad alimentaria –
Tras el éxito del proyecto, las autoridades locales quieren dar un salto cualitativo para reproducir en Atacama las experiencias exitosas de Israel y Almería (sur de España) que con tecnología de vanguardia, investigación y sistemas de riego inteligentes han conseguido el milagro de producir frutas, verduras y flores en el desierto.
A principios de marzo, una delegación de técnicos israelíes visitó Antofagasta con vistas a la instalación de un sistema productivo de alta tecnología en 10 hectáreas de invernaderos que darán empleo a 400 personas.
«Se van a convertir en un aporte muy importante para la economía de la región», muy dependiente de la minería y del exterior para su abastecimiento, dice Castro, que destaca otros proyectos de este tipo en otras zonas del desierto profundo.
A diferencia de la producción hidropónica artesanal a la que llegaron personas ajenas al campo, los invernaderos de alta tecnología requieren de mucha inversión. Como atractivo, esta se recuperará «en cuatro años de media», asegura el funcionario.
El objetivo último es conseguir la «seguridad alimentaria» de la región y poder exportar los excedentes a otros mercados nacionales e internacionales.
Todo ello, sin olvidar su contribución a la «desertificación negativa» en un país altamente vulnerable al cambio climático, que en diciembre albergará la COP25, el mayor evento mundial destinado a definir planes de acción contra el calentamiento.