Caracas (AFP) – Como si fuera poca la angustia por la falta de alimentos y medicinas, los venezolanos tienen que lidiar con una alarmante inseguridad: cada hora tres personas mueren violentamente en su país.
La ONG Observatorio Venezolano de Violencia (OVV) registró 26.600 homicidios en 2017, una tasa de 89 por cada 100.000 habitantes, 15 veces mayor al promedio mundial.
«Los venezolanos toman medidas cotidianas sustentadas en el miedo o el deseo de protegerse. Se adaptan a la situación de inseguridad, pero eso implica pérdida de libertad», explicó a AFP Roberto Briceño, director del OVV.
– El celular o la vida –
A Yamileth Marcano, maestra de 46 años, se le quebró la vida hace dos años cuando su hermano Willis -seis años menor- fue asesinado al salir del taller de mecánica donde trabajaba. Un joven de 19 años lo apuñaló para robarle su teléfono inteligente.
«Era muy alegre, lo amaba mucho. Ni que encarcelen cien años a quien lo mató voy a recuperar a mi hermano. ¿Cuánto valía su vida? ¿Lo que cuesta un celular? Cada vez que escucho de otro hogar enlutado, vienen los duros recuerdos», cuenta a la AFP.
Marcano vive en una casa enrejada en el este de Caracas. Su hijo dejó la universidad y emigró a Italia con su padre, luego de que, mientras conducía, dos muchachos en moto le pusieron una pistola en la cabeza para quitarle el celular. Ella y una sobrina lo acompañaban.
«Yo gritaba como loca: ‘¡dáselo!’. Vino a mi mente mi hermano. La inseguridad está matando a jóvenes y viejos. Cualquiera está expuesto. Te roban en la calle, en la playa, en el mercado, en el hospital… ¡Terrible vivir así!», lamenta Yamileth.
Como ella, muchos en Venezuela usan un celular analógico en la calle. El smartphone se deja en casa, o nunca se saca de la bolsa.
– Acompañados por Pana –
Aún está en la memoria de los venezolanos el crimen de la exMiss Venezuela Mónica Spear y su esposo, baleados por delincuentes en 2014 en una carretera donde se había averiado el vehículo en el que iban de vacaciones. Su pequeña hija quedó herida.
En Caracas surgió una iniciativa para acompañar a quienes sufren problemas en la vía. Con chalecos fosforescentes, cascos, gafas oscuras y radioteléfonos, seis hombres viajan raudos en sus motos para rescatar a Carmen García, estudiante de medicina que se quedó varada en una autopista.
Tardaron sólo ocho minutos en llegar desde que Carmen, temiendo un atraco o secuestro, activó en el celular la aplicación Pana. Los llamados «operadores de acompañamiento» la escoltaron hasta un sitio seguro.
«Damos seguridad, pero también atendemos la ansiedad cuidando, asistiendo. Tranquilizamos al cliente por teléfono y cara a cara. El servicio es rápido, confiable, simple. No todos pueden tener escoltas o blindar un carro», comentó a la AFP Domingo Coronil, gerente de Pana.
El servicio anual de «acompañamiento» cuesta unos seis dólares, pero las labores de asistencia tienen un valor adicional.
– Vidrios «antivandálicos» –
En Blindacars Express, en un centro comercial del este de Caracas, su gerente Julio César Pérez entrega a un cliente dos enormes camionetas negras a las que acaban de instalar en los vidrios el «laminado antivandálico» de mayor grosor.
«Cada vez más la gente requiere este servicio. Los delincuentes no discriminan clases sociales. Aquí vienen vehículos de baja, media y alta gama», comentó Pérez.
El dueño de las camionetas explica que en una se trasladan su esposa e hijos y en la otra él viaja a menudo fuera de Caracas, donde los hampones suelen tirar piedras, palos o botellas para obligar a los viajeros a detenerse y así robarlos o secuestrarlos.
«Pasan cosas horribles. La inseguridad está muchísimo peor, antes solo los diplomáticos blindaban los carros, pero en Venezuela los ciudadanos comunes sufrimos el mismo problema», declaró bajo anonimato este comerciante agrónomo, de 44 años.
En las calles venezolanas es raro ver un carro sin vidrios oscuros.
– «Toque de queda» virtual –
Al ocultarse el sol, la soledad reina en las calles de Caracas y otras ciudades del país, castigado además por una grave crisis económica. Otrora llenas de luz y bullicio, las noches venezolanas se apagan.
«Mi vida nocturna se redujo totalmente. Antes salía todos los fines de semana, ahora muy poco. Desde que salgo de mi casa me siento en peligro. Si voy a la discoteca, pago transporte a un conocido, no confío en los taxis», dice Adrialis Barrios, comunicadora de 23 años.
Muchos prefieren las reuniones en casa. Es más seguro y barato. Algunos rumberos arriesgados optan por esperar a que amanezca para volver a casa.
– En vela en el aeropuerto –
Eglis Torres, maestro constructor de 60 años, pasó la noche en una banca del aeropuerto de Maiquetía -a 35 km de Caracas- cuando hace unos meses iba de viaje por trabajo a Costa Rica.
Su esposa Neila lo acompañó en la larga e incómoda espera. Llegaron a las cinco de la tarde y el vuelo salía al día siguiente a las siete de la mañana. Torres chequeó tres horas antes y ella esperó la salida del sol para regresar a Caracas en autobús, en grupo.
«Mi carro es viejo y es riesgoso quedarse accidentado (varado) en esa carretera tan peligrosa. Lo mejor es quedarse en el aeropuerto y acompañado porque te ‘bailan’ (roban) las maletas. Una noche en vela pero no pierdes el avión ni la vida», dice Torres a la AFP.
Es usual ver gente durmiendo en las bancas y hasta en el piso junto a sus valijas. Pero tampoco adentro es seguro. Ha habido estafas, robos y hasta asesinatos. La mayoría de las aerolíneas extranjeras prohíbe que sus tripulaciones pernocten en Venezuela.