Soyapango (El Salvador) (AFP) – Tenía 10 años cuando su hermano, un pandillero apenas cuatro años mayor, fue asesinado. Eso la marcó. Pero Cristina se resiste a abandonar El Salvador, pese a la violencia y la pobreza que empuja a miles de jóvenes centroamericanos a emigrar a Estados Unidos.
Vive con su madre y una hermana en una populosa colonia en las entrañas de Soyapango, en el noreste de San Salvador, una de las ciudades más pobladas del país, donde tienen fuerte presencia las pandillas.
Cristina Navas, de 22 años, participó hace dos semanas de la llamada «Caravana al revés» con otros 2.000 jóvenes y sus familiares, una marcha cerca de la frontera con Guatemala para reclamar al gobierno y a la sociedad oportunidades para quedarse en el país.
Sentada en la sala de su casa, cuenta cómo el golpe de perder a su hermano en medio de la violencia criminal la llevó a buscar una vida mejor, pero en su propio país.
«A raíz de eso empecé a cambiar mi mentalidad, porque a él lo asesinaron y fue un impacto bien duro», recuerda Cristina, quien dice no saber quién mató a Manuel, de solo 14 años.
De él conserva una foto colgada en la pared. La casa de ladrillos y techo de asbesto tiene un patio interno con una pila pequeña donde Cristina suele ayudar a su madre a lavar los platos.
Va a la universidad y es una de miles de jóvenes salvadoreños que piden apoyo para no verse forzados a emigrar.
«No todos somos delincuentes, hay personas acá que tienen mucho talento», afirma Cristina a la AFP, tras cumplir una jornada de sus clases de licenciatura en inglés, virtuales por ahora debido al covid-19.
En la colonia donde vive, de hileras de pequeñas casas de cemento, calles estrechas y poco concurridas y aceras con maleza, muchos carros están aparcados y no se ven policías. Pero en algunos puntos merodean pandilleros. Todos saben que están allí, vigilando.
Migrar no es una opción –
Cristina forma parte de un grupo de voluntarios de la Fundación Forever, una entidad que busca que el gobierno, empresa privada y organizaciones civiles se integren para apoyar proyectos que permitan a los jóvenes concluir sus estudios de secundaria y universidad.
Promoviendo esa integración, la fundación pretende que cada joven, con una profesión, pueda optar por un trabajo que dé calidad de vida a su familia.
Cristina va un par de días a la semana a dar clases de inglés a estudiantes de secundaria en la sede de la fundación en Soyapango, que tiene varias aulas y una pequeña cancha de fútbol.
Tras el asesinato de su hermano, su madre intentó emigrar de forma legal con ella y su hermana. Pidieron asilo a Canadá, pero les fue negado.
«A familias de pandilleros no se les ayuda, no se les ofrece ningún apoyo», lamenta la joven.
Pero la Fundación Forever logró que en 2017 obtuviera una beca universitaria y ahora emigrar no es una opción.
«Podemos vivir acá» –
Como Cristina, Martha Morales, otra participante de la «Caravana al revés» de 22 años, es beneficiara de la Fundación Forever y gracias a una beca cursa el cuarto año de psicología. Tiene el apoyo de su madre y su hermano, con quienes vive en otra colonia de Soyapango también asediada por una pandilla. Tampoco piensa en emigrar.
«Había (en Estados Unidos) varias personas que me decían: tienes que venirte, aquí hay mejores oportunidades, no hay delincuencia», cuenta Morales a la AFP, tras dar una charla de psicología en la sede de la fundación.
«Yo apuesto por quedarme acá», dice muy segura la joven de radiantes ojos color café.
Según organizaciones que trabajan con migrantes, entre 200 y 300 salvadoreños dejan el país a diario y sin documentos rumbo a Estados Unidos.
«La migración de jóvenes es una dura realidad. Mientras no haya condiciones que faciliten su acceso a la universidad y cuando menos un empleo, eso va a continuar», dijo a la AFP el sociólogo René Martínez.
En el último año, la Fundación Forever junto a 12 universidades privadas ha ayudado a unos 1.000 jóvenes salvadoreños a tener una carrera universitaria.
La «Caravana al revés» tuvo lugar en contraposición a las caravanas de cientos y hasta miles de migrantes centroamericanos que intentan llegar a Estados Unidos.
En el trayecto, deben de pagar miles de dólares a traficantes de personas y enfrentan una serie de peligros, son víctimas de asesinatos, abusos, secuestro y explotación.
Cristina no quiere pasar por eso y sueña con terminar su carrera y ser maestra de inglés: «Nadie me garantiza que voy a llegar a otro país sana y salva (…), yo sé que podemos vivir acá».