Roma (Italia).- ¿Cómo denominaría un alimento que se elabora cultivando células animales en un tanque? ¿Sigue siendo “filete” o “pollo” si proporciona una experiencia similar en cuanto al sabor y los nutrientes, pero no requiere que se mate ganado o aves de corral para prepararlo? Para que sepamos exactamente qué se sirve, el nombre que le demos es importante.
La terminología también desempeña un papel fundamental en el proceso destinado a garantizar que los alimentos sean inocuos.
La cuestión de la nomenclatura es solo uno de los problemas que se plantean a medida que se intensifica este último campo de búsqueda por la humanidad de nuevas formas de proteínas. Independientemente de estos debates, unas 100 empresas de alrededor de 12 países han empezado a producir estos alimentos, y una de ellas ya lo vende a los consumidores.
Por lo tanto, es imperativo tratar el tema de la inocuidad alimentaria.
En una consulta de expertos organizada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) en noviembre de 2022, los debates se centraron en cómo garantizar la inocuidad de este tipo de alimentos.
Sin embargo, como explica la Sra. Masami Takeuchi, Oficial de inocuidad de los alimentos de la FAO, antes de llegar a ese punto, es necesario acordar cómo denominar el objeto del debate.
“En cualquier debate, siempre debemos empezar por ponernos de acuerdo sobre la nomenclatura. Si no utilizamos las mismas palabras o el mismo lenguaje, no podremos hablar entre nosotros”.
¿Qué hay detrás de un nombre?
Por este motivo, uno de los informes preparados por la FAO para la consulta se centraba en la cuestión de la terminología, analizando qué términos eran los más utilizados y en qué sectores, y examinando sus pros y sus contras.
Hay todo un abanico de nombres en juego, como carne “artificial”, “cultivada en laboratorio”, “falsa” o “limpia”. Algunos de ellos conllevan claramente juicios de valor. Otros, como “de cultivo” o “cultivado”, podrían crear confusión con productos ya existentes, como el pescado o los mariscos de acuicultura.
Otra de las dificultades radica en que varios de los términos deben utilizarse como calificativos de la palabra “carne” para evitar que sean demasiado vagos.
Esto puede plantear dudas sobre si el producto debe reglamentarse como carne, con todos los requisitos religiosos o de otro tipo que este tipo de alimento conlleva en algunos países. ¿Cómo se ajustarían estos nuevos alimentos a las normas dietéticas halal y kosher, por ejemplo?
El análisis de la FAO sobre la cuestión terminológica sugiere que la mejor opción de redacción por ahora parece ser la de alimentos “derivados de cultivos celulares”, afirma la Sra. Takeuchi, aunque señala que la Organización mantiene una actitud abierta al respecto.
Todo el mundo es un mercado
Aunque los científicos llevan más de un decenio trabajando en estos alimentos, con varias decenas de empresas interesadas, por ahora solo Singapur ha aprobado a partir de 2020 un alimento para el consumo humano en forma de bocaditos de pollo rebozados “cultivados” (el término elegido por el país), que se han servido a algunos consumidores entusiastas en actos de degustación exclusivos.
Por eso, no resulta casual que esa ciudad-estado del sudeste asiático haya sido el lugar de reunión de las consultas que se llevaron a cabo en noviembre.
Sin embargo, mientras avanzan los debates sobre inocuidad y terminología, ¿cuán lejos estamos de la disponibilidad generalizada de este tipo de productos en los supermercados de todo el mundo? No es de extrañar que cada país deba, en primer lugar, decidir cómo denominará esos alimentos antes de disponerse a reglamentarlos.
También, la FAO y la OMS, a través de la Comisión del Codex Alimentarius están ahí para ayudar con el asesoramiento científico necesario para la reglamentación, llevando a cabo los meticulosos pasos necesarios para determinar los posibles peligros y analizar los riesgos.
Como ocurre con cualquier alimento, y más aún con los alimentos nuevos, se trata de un proceso de varios pasos, pero “existe una necesidad inmediata de velar por que todo el mundo disponga de una metodología que garantice la inocuidad de ese tipo de alimentos”, afirma la Sra. Takeuchi. “Si no es inocuo, no tiene sentido”, añade.
Sostenibilidad: ¿ser o no ser?
Dado que los alimentos derivados de cultivos celulares figuran cada vez con mayor frecuencia en la agenda, aunque todavía no estén en las estanterías, naturalmente se plantean todo tipo de preguntas, esperanzas y temores en torno a ellos.
¿Podrían constituir una fuente alternativa sostenible de proteína animal en caso de una epidemia de ganado o aves de corral a gran escala? ¿Podrían ayudar a aliviar la presión sobre el sector ganadero ocasionada por la creciente demanda de los consumidores? ¿Podría ser algo positivo para el bienestar animal?
En resumen, es demasiado pronto para afirmarlo. Una evaluación de muchos aspectos de los alimentos derivados de cultivos celulares, como su repercusión en el medio ambiente y el uso de energía y agua, solo puede hacerse realmente de forma adecuada sobre la base de una producción a gran escala.
Pero eso, por supuesto, requeriría una aprobación reglamentaria a mayor escala, por no hablar de importantes inversiones.
Resolver todos los problemas que plantea la ampliación de la producción será un proceso importante para determinar el futuro de los alimentos derivados de cultivos celulares.
A medida que más países empiecen a aprobar este tipo de productos y aumente la producción, “podremos entonces comenzar a adquirir mayores conocimientos sobre todas las cuestiones relacionadas con el medio ambiente y el bienestar animal”, afirma la Sra. Takeuchi.
Por ahora, sin embargo, el objetivo de la FAO es claro: la inocuidad de los alimentos.
“Tenemos que saber cómo garantizar la inocuidad de los productos y cómo comunicarnos con la gente al respecto”, concluye la Sra. Takeuchi.
Resulta claro que aún queda mucho por hacer. Pero mientras los científicos se ponen manos a la obra para garantizar que los alimentos sean beneficiosos y no sean perjudiciales para los consumidores, todo empieza por un nombre.
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