Uma Boco (Timor-Leste).- A Joaquim Caldas le costó mucho convencerse de la idea de adoptar la agricultura de conservación. Pero ahora, este agricultor de 67 años de la aldea de Uma Boco —cerca de la costa norte de Timor-Leste— es uno de los más entusiastas promotores de este enfoque.
La agricultura de conservación —centrada en no remover el suelo más de lo necesario, mantener la tierra cubierta y fomentar la diversidad de especies vegetales— ha estado promovida en Timor-Leste durante la última década por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y sus socios, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y la Unión Europea (UE).
El objetivo de estas prácticas es mejorar la productividad del terreno, que se ha ido deteriorando progresivamente con la agricultura tradicional de corta y quema, practicada antaño de forma generalizada por los agricultores locales.
En Timor-Leste, la técnica de la agricultura de conservación se basa en la siembra intermitente de lo que los lugareños llaman lehe, o frijol terciopelo, durante casi tres meses hasta que se convierten en densas matas.
Éstas después se cortan, enrollan y se dejan pudrir, cubriendo el suelo y aportando un mantillo fértil antes de plantar un cultivo principal de maíz. El lehe acaba con la mayoría de las malas hierbas y elimina la necesidad de fertilizantes químicos.
En general, esta práctica también resulta muy atractiva para los agricultores, ya que la agricultura de conservación elimina la necesidad de labranza, poniendo fin a parte del duro trabajo manual que conlleva la agricultura.
La labranza era una tarea especialmente ardua para Joaquim, que perdió una mano en un accidente agrícola en 1980. Desde entonces, ha tenido que hacer frente a la extenuante labor de empujar el arado con una sola mano en su parcela de 1,5 hectáreas.
Sin embargo, ya fuera por determinación o por incredulidad, Joaquim se opuso a la idea cuando la FAO comenzó a implementar un proyecto de agricultura de conservación en su aldea de Uma Boco en 2013.
Financiado por la USAID, el proyecto creó grupos de agricultores y proporcionó a los aldeanos insumos y capacitación en agricultura de conservación para el cultivo de maíz.
Pero cuando los formadores recomendaron a los agricultores plantar lehe como cultivo de cobertura antes de sembrar el cultivo principal, Joaquim se negó, argumentando que plantar estos frijoles durante tres meses ocuparía innecesariamente la tierra y supondría la pérdida de toda una cosecha.
Él y varios otros miembros abandonaron entonces el grupo de agricultores y continuaron con las prácticas de siembra convencionales.
A pesar de su resistencia, la FAO siguió promoviendo las prácticas de agricultura de conservación en Uma Boco. Estos esfuerzos acabaron dando sus frutos tras unos años de su aplicación, con mayores tasas de utilización de la tierra, suelos más fértiles y productivos y menos erosión y malas hierbas.
Los resultados positivos convencieron poco a poco a un número cada vez mayor de agricultores para que empezaran a adoptar prácticas de agricultura de conservación.
Joaquim seguía siendo reticente hasta que probó en secreto la agricultura de conservación en una pequeña parcela, elaborando mantillo a partir de lehe. Observó un claro aumento de la productividad en comparación con su forma convencional de cultivar maíz.
Finalmente, en 2018, Joaquim volvió a unirse al grupo de agricultores, participando en un proyecto financiado por la UE y ejecutado por la FAO, destinado a apoyar a las comunidades afectadas por la sequía.
Desde entonces, Joaquim consiguió producir más de una tonelada de maíz por temporada en su parcela, que antes solo rendía unos 375 kg. Esto no solo le permitió satisfacer las necesidades de su familia, sino que también le dio un excedente para vender.
Al preguntarle por su resistencia inicial y su posterior cambio de opinión sobre las prácticas de agricultura de conservación, Joaquim explica: “mi reflexión inicial sobre las prácticas de agricultura de conservación se basaba en la pérdida de tres meses, que podrían haberse utilizado para cultivar maíz, pero que se dedicaban al lehe”.
Pero después de experimentar con la técnica, admite, “las mejores cosechas en las parcelas de demostración y la falta de necesidad de labranza me inspiraron gradualmente a probar las prácticas de agricultura de conservación y los resultados me abrieron los ojos para siempre”.
Pronto, Joaquim no solo utilizó las técnicas de agricultura de conservación en sus propias tierras, sino que las promovió voluntariamente entre los otros aldeanos.
Además, la FAO ayudó al grupo de Joaquim a comprar un tractor, un remolque y un acondicionador de rodillo. Utiliza el equipo para cultivar su tierra de forma más eficaz, al tiempo que anima a sus vecinos a utilizarlo para una agricultura de conservación más efectiva en sus parcelas.
Animado por los notables resultados de la agricultura de conservación en el maíz, Joaquim también la probó en el cultivo de arroz de secano, donde aumentó igualmente la productividad.
Con el fin de fomentar el uso de la agricultura de conservación en el cultivo de arroz de secano, Joaquim colaboró con el Ministerio de Agricultura, Ganadería, Pesca y Silvicultura para organizar actividades de promoción en su explotación.
En la última de ellas, en septiembre de 2023, presumió de un rendimiento de 2,5 toneladas de arroz de secano por hectárea.
Se trata de un resultado notable, ya que cuando la tierra se utilizaba para cultivar maíz, el rendimiento se limitaba a cerca de una tonelada por hectárea. Además, el precio del maíz es apenas la mitad que el del arroz de secano, por lo que esta cosecha supuso un gran aumento de los ingresos.
Un paso por delante de sus vecinos, Joaquim ya está planeando probar prácticas de agricultura de conservación para cultivar frijoles mung y hortalizas en su campo.
Aunque la agricultura de conservación es relativamente nueva en Timor-Leste, las reticencias como las de Joaquim a adoptar estas prácticas no eran infrecuentes. Sin embargo, la persistencia y el apoyo de la FAO —junto con la clara evidencia de mejores resultados— han motivado a los agricultores a cambiar gradualmente sus prácticas convencionales.
A juzgar por la experiencia hasta la fecha, los cambios de mentalidad que se han producido de forma gradual están resultando, con todo, más duraderos.
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