Roma (Italia).- El mundo recibió este lunes la trágica noticia de la partida del papa Francisco, nacido Jorge Mario Bergoglio, quien falleció a los 88 años debido a complicaciones por neumonía doble y problemas pulmonares crónicos.

Su partida conmocionó a líderes mundiales, comunidades religiosas y fieles de todos los rincones del planeta, que rindieron homenaje a un pontífice que redefinió el papel de la iglesia católica en el siglo XXI. Como el primer papa jesuita, el primero de América y el primero no europeo en más de 1.200 años, Francisco representó una figura única que unió tradición y cambio, con un compromiso radical hacia los pobres, los marginados y el cuidado del planeta.

Nacido el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, Buenos Aires, Bergoglio creció en el seno de una familia obrera de inmigrantes italianos. Su padre, contador, y su madre, ama de casa, inculcaron en él valores profundamente católicos. Fue su abuela Rosa quien, con devoción y ternura, le transmitió las primeras oraciones y relatos piadosos, en un hogar donde convergían el fervor argentino y la tradición italiana.

De joven, se interesó por la química y trabajó en un laboratorio, incluso como portero de bar, pero una grave infección pulmonar a los 21 años, que llevó a la extracción parcial de un pulmón, lo empujó hacia una introspección espiritual que culminaría en su vocación religiosa.

El llamado al sacerdocio lo sintió el 21 de septiembre de 1953, y en 1958 ingresó a la Compañía de Jesús, atraído por su enfoque intelectual, misionero y su defensa de la justicia social. Estudió filosofía y teología, enseñó literatura y psicología, y fue ordenado sacerdote en 1969.

En 1973, fue nombrado superior provincial de los jesuitas en Argentina, liderando en medio de la dictadura militar. Su labor durante este período fue objeto de debate: protegió vidas en secreto, pero también recibió críticas por no denunciar públicamente los crímenes del régimen. Estos años lo dotaron de una capacidad singular para el discernimiento y la prudencia política.

Como obispo auxiliar en 1992 y luego arzobispo de Buenos Aires en 1998, se hizo conocido como el «obispo de las villas», utilizando transporte público y cocinando su propia comida. En 2001, fue elevado a cardenal por Juan Pablo II. Su perfil austero, cercano a los pobres y centrado en una iglesia de servicio, lo hicieron destacar entre los purpurados, aunque su elección como papa el 13 de marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, sorprendió al mundo.

Al asumir como papa Francisco, eligió el nombre en honor a san Francisco de Asís, símbolo de humildad, paz y amor por la naturaleza. Desde el inicio, renunció a lujos, residiendo en la casa Santa Marta y no en el Palacio Apostólico. Lavó los pies a presos, abrazó a refugiados y predicó con gestos sencillos pero potentes.

Con documentos como Evangelii Gaudium (2013), cuestionó los excesos del capitalismo y llamó a una «Iglesia en salida» centrada en los pobres. En 2015, su encíclica Laudato Si’ sentó bases éticas para el combate al cambio climático, ganando elogios de ambientalistas y líderes seculares.

Promovió reformas eclesiales que impulsaron la sinodalidad, fomentaron mayor participación laical, abrieron hacia la comunidad LGBTQ+ y crearon más espacios para mujeres. Sin embargo, no ordenó mujeres ni erradicó del todo la crisis de abusos clericales, lo que fue motivo de críticas persistentes.

En el terreno interreligioso, su histórico encuentro con el gran imán de Al-Azhar y su visita a Emiratos Árabes Unidos en 2019 marcaron hitos en el diálogo musulmán-cristiano, al igual que sus gestos hacia comunidades judías y budistas.

A pesar de sus problemas pulmonares crónicos y dificultades de movilidad, Francisco viajó a 60 países. Canonizó figuras como Teresa de Calcuta y se mantuvo activo hasta su última aparición pública en el Domingo de Pascua, el 20 de abril de 2025. En esa ocasión, bendijo a miles de fieles y se reunió con el vicepresidente estadounidense JD Vance.

Falleció al día siguiente a las 7:35 a. m. en Casa Santa Marta. Aunque se atribuyó su muerte a neumonía, algunos medios italianos especularon sobre un derrame cerebral.

Las reacciones no se hicieron esperar. Desde Washington, el expresidente Donald Trump escribió en Truth Social: «¡Descansa en paz, papa Francisco! ¡Que Dios lo bendiga a él y a todos los que lo amaron!».

JD Vance lo calificó de pérdida inmensa para los cristianos, mientras líderes como Mike Johnson y Marco Rubio pidieron oraciones por la Iglesia. En Argentina, el presidente Javier Milei decretó siete días de luto, pese a sus tensiones con el pontífice. En Italia, Giorgia Meloni lo describió como «gran pastor», y miles se congregaron espontáneamente en la Plaza de San Pedro. 

En el Reino Unido, Francia, África, Asia y Medio Oriente, gobernantes y líderes religiosos resaltaron su papel como constructor de puentes y promotor de la paz.

No faltaron voces críticas, como la de Anne Barrett Doyle, activista contra los abusos sexuales en la Iglesia, quien reconoció su compromiso con los marginados, pero lamentó que no haya afrontado con suficiente firmeza los escándalos de abuso clerical.

Aun así, la cobertura internacional reflejó mayoritariamente admiración, destacando su calidez, su sentido del humor y su compasión.

El legado de Francisco es el de un papa que supo conjugar el rigor jesuita con la pasión latinoamericana, la tradición con la necesidad de cambio y la fe con la acción. Ahora, mientras la Iglesia entra en el periodo de Novendiale y se prepara para elegir un sucesor en las próximas semanas, su llamado a una Iglesia humilde, ecológica, dialogante y cercana a los pobres sigue vigente.

Más que un pontífice, fue un pastor global que cambió la forma de vivir y mirar el Evangelio.