Luweero (Uganda).- Ya se trate de utilizar semillas autóctonas más resilientes, combinar cultivos de café con bananeros o restaurar las poblaciones de polinizadores, la biodiversidad no es un concepto abstracto que manejan científicos y activistas. Se trata de toda una serie de prácticas concretas que los agricultores aplican en su trabajo diario de forma crucial para la seguridad alimentaria y el medio ambiente.
Nuestros sistemas agroalimentarios dependen de miles de especies domesticadas de cultivos, ganado y peces y de las variedades, razas y cepas que garantizan su diversidad genética. Además, existen al menos 50.000 especies silvestres que se utilizan en todo el mundo con fines alimentarios, energéticos, medicinales, materiales y de otro tipo. Sin embargo, la biodiversidad está disminuyendo en todo el mundo, debido a los cambios en el uso de la tierra, el cambio climático y la sobreexplotación, lo que pone en peligro el futuro de los alimentos.
En el distrito ugandés de Luweero, la productora de café y bananos Jane Nakandi Sebyaala también dirige el Banco comunitario de semillas de Twezimbe Kassala. Su misión es preservar las semillas autóctonas, elemento fundamental para mantener la gama de cultivos biodiversos en los campos. Según Jane, las semillas autóctonas pueden replantarse hasta 10 veces, a diferencia de las fortificadas, que deben sustituirse anualmente, y pueden prosperar sin plaguicidas ni grandes cantidades de fertilizantes.
Jane afirma que antes era difícil encontrar semillas autóctonas en las tiendas y los mercados. Pero después de que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) organizara una capacitación para agricultores sobre los beneficios de estas semillas, «empezamos a contactar con los ancianos de las aldeas para recopilar estas semillas autóctonas, y comenzamos a plantarlas».
Con el tiempo, Jane y otros agricultores de su entorno consiguieron cultivar cantidades importantes de variedades autóctonas de maíz y frijoles. «La ventaja de estas semillas autóctonas es su resiliencia. Son resilientes a las enfermedades y menos susceptibles a las plagas que los cultivos comerciales», explica.
Las plagas son solo uno de los problemas a los que se enfrenta el agricultor cafetero ugandés John Kagwa Tujjunge. Rociarlas con plaguicidas no solo es costoso, sino que además daña la biodiversidad, incluidas las poblaciones de abejas, otros insectos y lombrices de tierra, por no hablar de que afecta a las preciadas cerezas del café. Por ello, para hacer frente a plagas como la broca de las ramas, que seca las ramitas de los cafetos, «hemos intentado combatirlas con trampas».
Aprendiendo de las capacitaciones de la FAO, John también ha puesto más énfasis en eliminar las malas hierbas y las ramas improductivas, que constituyen un lugar de reproducción para las plagas. Además, utiliza materiales locales como jabón, agua y etanol para atraer a los insectos plaga. «Muy sencillo, pero muy eficaz», asegura John.
Un problema igualmente importante es la prolongada escasez de agua, acentuada por la deforestación y el cambio climático. «Sufrimos mucho durante la estación seca. El café casi se seca. Por eso cavamos canales de drenaje en el huerto para preservar el agua para el café durante las sequías». Ha estado interplantando bananos con sus cafetos como parte de un sistema agroforestal para mejorar la salud y la sostenibilidad de sus cultivos.
Estas plantas de banano protegen el café de la luz solar directa y mantienen el suelo húmedo, favoreciendo que pequeños insectos, lombrices de tierra y otros organismos aireen la tierra haciendo túneles, lo que permite una sencilla percolación del agua incluso durante los chubascos ligeros. El mantillo también atrae a las termitas y ayuda a la descomposición del suelo, lo que mejora su fertilidad. Además, la floración del café atrae a otros polinizadores naturales, como abejas y mariposas.
Todas estas prácticas han contribuido a aumentar el rendimiento de las 1,2 hectáreas de John, que ha pasado de unos 90 kilos de café a entre 480 y 720 kilos anuales. Incluso puede recolectar café prácticamente todo el año, en lugar de hacerlo solo de forma estacional.
La polinización es igualmente una preocupación clave para Wilson Kabagambe, que dirige un proyecto de apicultura apoyado por la FAO en el distrito ugandés de Nakaseke. Antes de las capacitaciones de la escuela de campo para agricultores de la FAO, dice, «encontrabas a personas con una gran superficie de maíz, pero con muchas mazorcas debilitadas, lo que significaba que no había polinización o la polinización era insuficiente».
Con el café, dice Wilson, ocurría algo parecido: «podías encontrarte las bayas con las semillas vacías. Eso significaba que no había polinización”. La destrucción de los hábitats naturales de las abejas y el uso generalizado de productos químicos habían reducido la población de abejas y otros polinizadores, y el resultado era obvio.
Para hacer frente a esta escasez de polinización, el proyecto de la FAO «Integración de la biodiversidad en los distintos sectores agrícolas para implementar el Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal», trabajó para construir colmenas de abejas, ofreciendo lugares artificiales de cría para las abejas melíferas. Hasta ahora, el proyecto ha suministrado más de 500 colmenas en la zona de Nakaseke.
La medida de reintroducir polinizadores impulsó la producción agrícola, mientras que la miel y otros subproductos de las abejas también proporcionaron a los agricultores una fuente de ingresos adicional.
La biodiversidad, ya sea a través de semillas locales diversas o de polinizadores que contribuyen a que crezcan diversos cultivos y plantas silvestres, es parte esencial de los sistemas agroalimentarios y es un aspecto central del trabajo de los agricultores.
La FAO trabaja para integrar la biodiversidad en las políticas y prácticas agrícolas de diversos países, como Madagascar, la República Democrática Popular Lao y Uganda.
Como parte de este proyecto sobre biodiversidad, la FAO organizó un «viaje de aprendizaje» para ayudar a los agricultores y especialistas agrícolas a aprender prácticas biodiversas unos de otros. Estandarizar estas buenas prácticas es clave para impulsar la biodiversidad y reconocer su importancia en todo el sector agroalimentario a nivel mundial.