Kitui (Kenya).- Desde hace unos meses, la rutina de Esther Munani Kyalo ha cambiado. Madre de tres hijos y residente en el distrito de Miambani, en el condado de Kitui (Kenya), cada martes sigue un nuevo ritual desde que se puso en marcha la escuela de campo para agricultores de Kavakaky. Junto con otras 35 mujeres de su zona, camina hasta una casa cercana donde el grupo se reúne y cría polluelos en un pequeño pero flamante gallinero.
Sentados bajo un gran árbol de mango, rodeados por las hermosas colinas de esta zona, los miembros de la comunidad se reúnen para debatir, observar, aprender y tomar decisiones para mejorar sus prácticas avícolas.
A pocos kilómetros de allí, Josphat Muthui Kangata empieza el día con un té, antes de ocuparse de sus cultivos, cabras y, desde hace unos meses, abejas.
Unas cuantas sillas de plástico colocadas detrás de la casa de este agricultor de 72 años acogen cada viernes a un grupo de productores de miel. El objetivo de las sesiones, facilitadas por Ruth Kavinya, una agricultora de la comunidad, es mejorar la calidad y la cantidad de la miel que producen.
En Kenya, la producción ganadera, incluidas la apicultura y la cría de pollos, tiene un importante papel socioeconómico. En las tierras áridas y semiáridas del país, como Kitui, representa hasta nueve décimas partes de los ingresos de una familia. La transición de la agricultura familiar a la comercialización puede mejorar notablemente los ingresos de los agricultores y reducir la pobreza rural. En ello, las escuelas de campo para agricultores desempeñan una función esencial.
A través de su Centro de Inversiones, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ayudó a diseñar y apoyó la ejecución del Proyecto nacional para el crecimiento agrícola y rural inclusivo de Kenya (NARIG, por sus siglas en inglés), financiado por la Asociación Internacional de Fomento del Banco Mundial. El Centro promovió el uso en todo el país de escuelas de campo para agricultores con el fin de desarrollar la capacidad a largo plazo de las comunidades agrícolas, y el proyecto llegó a casi 300 000 agricultores en ocho años.
Aunque la sesión de la escuela de campo dura de tres a cuatro horas y el cálido viento arrecia, Esther no deja de sonreír. Para ella, asistir a estas sesiones es una forma de mejorar su negocio y fortalecer su comunidad. Las sesiones están diseñadas para empoderar a los participantes en la selección y aplicación de nuevas tecnologías, innovaciones y prácticas de gestión. Además de los nuevos conocimientos, las escuelas de campo para agricultores suelen ofrecerles una vía para producir o vender juntos sus productos y tener un mejor acceso a la información y la innovación.
El grupo se divide en tres y cada subgrupo realiza un análisis de las aves, que consiste en observarlas, medirlas y recopilar datos sobre su peso, altura y estado de salud.
El grupo de Esther opta por centrar su trabajo en los distintos piensos y el efecto que tienen en la salud y el crecimiento de los polluelos. Una vez recopilados los datos, cada grupo presenta sus conclusiones, las debate con los demás y sugiere medidas, como elegir el mejor tipo de pienso.
Afrontar retos reales
Antes de las escuelas de campo, tanto Esther como Josphat tenían dificultades en sus granjas.
«Muchos pollos morían y los que sobrevivían crecían muy despacio. Era muy difícil obtener unos ingresos decentes de la cría de pollos, ya que podíamos vender muy pocos», admite Esther.
Con los conocimientos adquiridos en la escuela de campo, introdujo nuevos piensos, aprendió sobre vacunación y compró nuevos equipos. Y los resultados hablan por sí solos: «Antes tenía entre 10 y 15 pollos. Ahora tengo 295».
Ahora está orgullosa de ser una “reputada vendedora de aves de corral” en la zona y está decidida a seguir adelante.
Josphat, por su parte, ya producía algo de miel, pero la vendía a un precio muy bajo, dada su mala calidad. Los rendimientos eran bajos, debido a la destrucción o fuga de algunas abejas durante la recolección. Tras ligeras modificaciones en la colmena de madera tradicional, ahora su miel es pura.
«Antes envasábamos la miel y el panal fusionados y la vendíamos a 80 KES (0,62 USD) el kilo. Desde el inicio del programa, en el que aprendimos a recolectar miel pura, vendemos el kilo a 1 000 KES (7,80 USD). La apicultura se ha convertido en nuestra única fuente de ingresos».
Con nuevas técnicas para proporcionar alimentos y agua a las abejas, control de plagas y prácticas de inocuidad, el grupo de Josphat ha aumentado sus colmenas de siete a 48.
Parte de la comunidad
Solo en el condado de Kitui, se han formado más de 400 escuelas de campo. Gustavus Mwambui Muli, funcionario de extensión del Gobierno y maestro formador del proyecto en Kitui, ha capacitado a 105 facilitadores de escuelas de campo para agricultores.
“Cuando se introducen nuevas prácticas, los agricultores se muestran un poco escépticos. Las escuelas de campo ofrecen a los agricultores la oportunidad de probarlas y compararlas para que puedan tomar decisiones con conocimiento de causa”, explica Muli.
Él ya ve los efectos del proyecto NARIG: «Algunos agricultores vendían polluelos una vez al año; ahora pueden vender tres veces al año porque han adoptado una raza de crecimiento más rápido o han elegido mejores piensos para que el animal crezca más deprisa y se venda antes. Ver cómo las escuelas de campo han influido en la vida de la gente es una gran fuente de satisfacción».
Las escuelas de campo para agricultores, uno de los instrumentos emblemáticos de la FAO, se han puesto en marcha a gran escala en Kenya a través del proyecto NARIG.
«El uso de las escuelas de campo para agricultores resultó muy útil porque pudimos capacitar a agricultores de la comunidad como facilitadores en 21 distritos. En todo el país se pusieron en marcha unas 11 000 escuelas de campo, que llegaron a casi 300 000 agricultores», explica Mary Maingi, Coordinadora Nacional de Desarrollo Comunitario del proyecto NARIG.
Se han establecido escuelas de campo para agricultores en más de 90 países del mundo desde finales de la década de 1980. Como asociación entre la FAO, los gobiernos e instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial, las escuelas de campo permiten a los agricultores aprovechar las tecnologías y los conocimientos técnicos especializados y convertirlos en importantes mejoras de sus explotaciones agrícolas y sus medios de vida.