A orillas del mar Caribe se encuentra un territorio autónomo de los pueblos indígenas de Panamá, habitado desde hace siglos por el pueblo guna. Se extiende alrededor del golfo del mismo nombre y comprende un archipiélago de unas 300 islas. Dentro de esta área se encuentra Naranjo Grande, un pueblo costero donde el mar representa alimentos, trabajo y la vida misma.
Aquí es donde Luisa López Hurtado ha vivido toda su vida. Miembro del pueblo indígena guna, ha pescado con su familia en la costa oriental de Panamá desde que tiene uso de razón.
“Crecí al borde del mar”, dice Luisa, madre de cuatro hijos. “Cuando era joven, acompañaba a mi padre en sus salidas de pesca”.
Durante generaciones, el pueblo guna ha dependido de los recursos marinos y costeros para su vida y sus medios de subsistencia. Pero Luisa —que dirige la asociación de mujeres de Naranjo Grande—, dice que cada vez es más difícil para los pescadores ganarse la vida, ya que las poblaciones locales de peces y langostas se han visto afectadas por la sobrepesca y el cambio climático.
“La producción pesquera es diferente a la de cuando yo era niña. Ya no hay tanto pescado como antes, y cada vez es más difícil encontrar langostas, que antes abundaban”, afirma.
María Dickson, una joven de 24 años miembro del grupo de mujeres de Luisa, lo confirma. “La producción ha disminuido enormemente”, señala María. “A veces creo que los capturan demasiado pequeños y por eso no pueden reproducirse”.
Las mujeres desempeñan un papel importante en la comunidad guna, ya que muchas se dedican a limpiar y elaborar el pescado, además de trabajar en la agricultura, el turismo y la producción artesanal. Pero a menudo dependen de los hombres para conseguir sus ingresos.
La drástica caída del turismo desde el inicio de la pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID-19), combinada con el descenso de las poblaciones de peces, ha tenido un efecto devastador, sumiendo en la pobreza a muchas familias, en especial a los hogares encabezados por mujeres.
La FAO está creando ahora nuevas oportunidades para el pueblo guna, compartiendo conocimientos relacionados con la producción y elaboración de algas. Una nueva iniciativa de capacitación para los pescadores indígenas costeros, en particular las mujeres, les ofrece opciones de sustento de una fuente diferente.
Con el apoyo de la Autoridad de los Recursos Acuáticos de Panamá (ARAP) y el gobierno indígena del territorio, el programa piloto de la FAO trabaja con 20 mujeres y cinco hombres que comparten conocimientos sobre cómo cultivar, recolectar y elaborar algas marinas antes de transformarlas en jabones y cremas comerciales.
Alejandro Flores, oficial superior regional de pesca y acuicultura de la FAO para América Latina y el Caribe, afirma que se trata de aumentar la resiliencia e independencia de las mujeres guna.
“Queríamos trabajar con una organización de mujeres indígenas para contribuir a su empoderamiento económico”, explica Flores.
Tras consultar con la asociación Naranjo Grande, la FAO y la ARAP se pusieron en contacto con Gracilarias de Panamá, empresa privada especializada en el cultivo sostenible y la exportación de algas marinas. La empresa aceptó capacitar al grupo de forma gratuita y comprar sus productos.
Mientras que Gracilarias ayudó a desarrollar la capacidad de las mujeres guna en el cultivo de algas marinas, la FAO trabajó con las ellas en la creación y administración de un fondo rotatorio y las ayudó a organizar una cooperativa para vender sus productos.
Las participantes plantaron las algas verdes iniciales en noviembre de 2021 y la primera cosecha se recolectó en febrero de 2022. Secaron las algas y aprendieron a extraer agar, una sustancia gelatinosa, de las algas para hacer jabones y cosméticos.
Flores asegura que, con el tiempo, la intención del fondo —creado con los beneficios de estas actividades económicas— es financiar otros proyectos y apoyar a las familias durante las emergencias.
“Está en sus inicios, pero han hecho progresos notables”, indica Flores. “Ya han obtenido dos cosechas. Ahora se sienten mucho más empoderadas y han aportado más a sus familias para poder ser más autónomas”.
María dice que ya está encantada con las nuevas habilidades que ha aprendido. “Nunca imaginé que se pudieran cultivar algas; fue una sorpresa”, dice.
“Estoy deseando que podamos elaborar productos y venderlos a nivel local y a los turistas. Será una gran ayuda para nuestra economía, y estoy segura de que habrá cambios positivos en la comunidad”.
Gracilarias considera que la iniciativa es un éxito y un modelo no solo para las comunidades de mujeres de Panamá, sino para toda la región.
Además de los ya involucrados, otros 150 miembros de la comunidad guna esperan participar en el proyecto en el futuro.
Más allá de producir jabones y cremas, Gracilarias dice que cuenta con trabajar al final con las mujeres guna en la comercialización de algas secas y en usar las zonas de plantación de algas como centros de ecoturismo para atender a los visitantes locales y extranjeros.
El proyecto coincide con el Año Internacional de la Pesca y la Acuicultura Artesanales 2022, que destaca el papel fundamental de los pescadores en pequeña escala y los trabajadores de la pesca y su contribución a las vidas y los medios de subsistencia.
Al reconocer el valor del trabajo de los pescadores artesanales en pequeña escala, los acuicultores y los trabajadores de la pesca, la FAO busca crear un mundo en el que se les empodere para mejorar su contribución al bienestar humano, a los sistemas alimentarios saludables y a la erradicación de la pobreza a través del uso responsable y sostenible de los recursos marinos y naturales.