San José (AFP) – Cuando María Lourdes acaricia el pelaje brillante y marrón de «Presidente» en un parque de Costa Rica, una energía viaja por su cuerpo y estalla en su rostro en forma de sonrisa. El caballo ha logrado saltar la cerca de la parálisis cerebral.
«Presidente», junto a «Jorge», «Porky» y «Palomo», espera a sus pacientes en el Parque Metropolitano La Sabana de San José para tratarles con equinoterapia. Ocho sesiones, cada una de 45 minutos, una vez por semana.
Son cuatro equinos Cuarto de Milla integrantes de la Policía Montada de Costa Rica.
«Tienen entrenamiento de mansedumbre y están capacitados para que no se alteren con la bulla, son muy sensibles, dóciles», cuenta el jefe de la Policía Montada, el intendente Víctor Porras.
«Con nuestros caballos aportamos a los más necesitados, llevándoles una sonrisa, una esperanza (…) Trabajamos con la niñez, con las personas adultas mayores, personas que tienen alguna discapacidad, totalmente gratuito», dice sobre este proyecto que comenzó en 2020.
La equinoterapia es una técnica terapéutica cada vez más difundida, que aprovecha los movimientos y la energía del caballo para apoyar el tratamiento de distintas dolencias.
«Hacemos crecer a las personas, subiéndole ese potencial emocional que tienen, porque se encuentran frustradas, dañadas psicológicamente, en una sociedad que muchas veces les da la espalda. Trabajamos para levantarles el ánimo», detalla Porras.
Su sonrisa lo vale –
Ayudada por dos oficiales, María Lourdes camina al encuentro de los caballos. Tiene 18 años y nació prematuramente. Un paro respiratorio a los pocos días de llegar al mundo le ocasionó parálisis cerebral.
Durante su vida, el aprendizaje y la socialización se le han hecho difíciles, cuenta su madre, Isabel. A través de familiares supo de la equinoterapia y decidió llevarla.
«Ella no tenía mucha afinidad con los animales. Al sentir el contacto con un animal de cualquier tipo, le daba náuseas (…) Cual fue mi sorpresa que (al llegar a la terapia) María Lourdes no tuvo náuseas, se involucró feliz con los caballos, con los policías», relata su madre.
Lleva dos meses asistiendo a la terapia. Monta sobre el caballo, lo abraza e interactúa con los policías. Es una persona más sociable y las crisis convulsivas producto de su daño cerebral han disminuido.
«Esperamos con ansias cada semana, el día de volver a venir a terapia, de verla a ella con sus logros, poco a poco (…) Para nosotros ver esa sonrisa lo vale todo en la vida», dice Isabel.
«Sabe que estaba sufriendo» –
Stephany Arce tiene 34 años, sufre de ansiedad, depresión y tiene ataques de pánico que complican su vida laboral, al límite. Cree que el tratamiento médico no era suficiente.
«Yo estaba dispuesta a cometer una locura, estaba cansada, no tenía ganas de vivir… gracias a Dios he estado con esta terapia», explica.
Stepnahy abraza al caballo, como buscando ser reconfortada. Pasea en él. Lo acaricia.
«El caballo deja que usted le transmita, usted recibe al caballo, usted recibe calor y recibe tranquilidad (…) Me imagino que sabe que por dentro tal vez yo estaba sufriendo, y tenía un dolor, pero no físico, era un dolor mental, emocional, del alma», agrega.
¿Qué tienen que ver los caballos? –
Gilbert Serrano tiene 63 años, y una obstrucción en una arteria lo dejó con las extremidades paralizadas. Su familia debía ayudarlo en sus necesidades diarias.
Mientras esperaba su cita médica para empezar tratamiento, supo de la equinoterapia. «Me dijeron que era con caballos y yo me dije: ¿qué tienen que ver los caballos en esto? Me equivoqué en decir eso», confiesa.
«Cuando yo empecé a realizar esa terapia empecé a sentir cierta energía, algo químico que me recorría por el brazo izquierdo, que era el más afectado. Sentía un cosquilleo, un hormigueo, que me estaba transmitiendo el caballo», cuenta.
Dice que llegó casi sin poder andar, y en cinco sesiones ha recuperado ya gran parte del movimiento de su cuerpo, y ha vuelto a valerse por sí solo. Y lo demuestra dando un trote leve en el parque.
Pero los caballos no solo tratan a civiles, sino también a sus propios «colegas» policías.
El agente de la Policía Montada, William Jiménez, de 53 años, cuenta que sufrió un episodio de bullying en 2017 que casi lo lleva al suicidio. Además del apoyo profesional y de la familia, recurrió a los caballos.
«Ellos irradian esa paz, esa tranquilidad (…) Para mí, tal vez suene ridículo para algunos, ellos son psicólogos de cuatro patas y un corazón enorme», agrega.