Cucunubá (Colombia) (AFP) – Hernán Sandino camina pensativo desde su casa hasta el final del muelle flotante de madera. Al frente no hay agua, sino una superficie sedienta y cuarteada en expansión. La laguna de Suesca, de 5,4 km2 y reserva hídrica de Colombia contra el cambio climático, está agonizando frente a sus ojos.
Es la segunda vez en una década que la sequía pone al borde de la extinción este depósito natural de agua, ubicado a unos 90 kilómetros al norte de Bogotá, entre los municipios de Suesca y Cucunubá.
El espejo de agua es un destello. La casa de Sandino, un ingeniero de 73 años, se tambalea en esta suerte de desierto todavía movedizo a 2.800 metros de altura sobre el nivel del mar. Es una vivienda campestre con tres habitaciones, un jardín de rosas y conectada al muelle donde hasta hace poco atracaba su velero.
«Estamos ya no flotando en las aguas, sino enterrados en el fango», se lamenta.
Desde el aire la laguna parece un cuerpo sediento que se arrastra devorado por una mancha gris. De cerca, un terreno extenso de rocas blandas por entre las cuales se levanta uno que otro verde. Esto es «el cambio climático que solamente algunos inconscientes niegan», espeta Sandino.
Su tamaño aumenta o disminuye a expensas de las lluvias. «Su principal salida de agua es la evaporación», explica Corporación Autónoma Regional (CAR), la autoridad ambiental de la zona.
Pluviómetro en mano, Sandino ha registrado una disminución de las precipitaciones en los últimos ocho años. Se expresa resignado a que «esto se convierta en un fenómeno cíclico». Cuando se asoma al final del atracadero, señala con el índice. Hoy la laguna tiene menos de un metro de profundidad contra los seis que recuerda.
Un ganso nada solitario en lo que queda de agua. En otra época patos canadienses, garzas y tinguas lo habrían acompañado.
En 2006 la laguna de Suesca fue declarada reserva hídrica y reservorio de biodiversidad -albergue de aves migratorias- en la lucha contra el cambio climático. Las autoridades se comprometieron entonces con un plan ambiental para frenar la siembra de pastos para la ganadería y la extracción de agua con motobombas.
Salvamento ambiental –
Pero 15 años después, los esfuerzos se muestran insuficientes.
Esta semana, la CAR lanzó una operación de salvamento que pretende alargar y profundizar el cuerpo moribundo del Suesca. Sin embargo, todo dependerá de las lluvias.
«Es una tragedia ambiental que nuestra laguna esté en estas condiciones», lamenta Humberto Hernández, ingeniero del organismo estatal.
En los próximos meses la entidad espera tener listas obras de mantenimiento y construcción de alcantarillado alrededor de la laguna.
Según Hernández, el taponamiento de estos desagües impide que la poca lluvia que ha caído en los últimos años descienda desde las montañas vecinas.
Pero si la sequía se prolonga, no hay obras que valgan.
En 2009 la laguna llegó a niveles aún más bajos que los actuales. Pero en los dos años siguientes el fenómeno de La Niña, que aumenta las precipitaciones en este país tropical y megadiverso, golpeó con fuerza y Suesca recuperó hasta 5,7 metros de profundidad.
Las lluvias también provocaron pérdidas millonarias, colapsaron una vía de acceso a Bogotá e inundaron cientos de predios, incluida una universidad.
El estatal Instituto de Hidrología Meteorología y Estudios Ambientales describió los impactos de la temporada como «anormalmente desastrosos». Sandino recuerda que entonces volvió a navegar en su velero.
Clima extremo –
Más tarde, el clima daría un timonazo. «En 2015 y 2016 hubo un fenómeno del Niño de los más intensos de la historia», explica Hernández.
Este evento natural, que aumenta la temperatura en el océano Pacífico, no tiene ciclos establecidos y, a diferencia de La Niña, se caracteriza por la escasez de lluvias.
Según la ONU, «el cambio climático inducido por el hombre (…) está exacerbando el clima extremo, impactando las pautas de lluvias estacionales».
«No es un solo mes, no es un solo periodo lluvioso (…) sino muchos años» de anomalía climática, sostiene Hernández, el experto de la CAR.
Fidela Castillo da fe de la tragedia ambiental. Ha vivido sus 65 años junto a la Laguna de Suesca y de joven, recuerda, lavaba ropa en la orilla mientras sus vecinos sacaban agua para regar cultivos y dar de beber a los animales.
Hoy debe cargar un galón de agua desde su casa hasta el borde de la laguna, donde la esperan una vaca y su ternero sedientos. Lo hace apoyada en un bastón. Las sequías marchitaron los cultivos, por lo que la agricultura dio paso a la ganadería, relata Castillo.
Las nubes no asoman y el picante sol de la sabana reseca los pastizales. A este paso, un día tendrá que abastecerse de pasto en otro lugar para alimentar a su ganado.
«Es triste porque sin agua no hay vida», sentencia antes de retomar su camino con el bidón vacío.