San Pedro Masahuat (El Salvador) (AFP) – Alisandro Ramos, un salvadoreño con una discapacidad en las piernas desde la infancia, tuvo que cerrar su pequeña venta de mariscos cuando la pandemia de covid-19 alejó a los clientes en su poblado de El Salvador y se reinventó como guía turístico.
De fácil hablar y piel morena, Ramos se alista para guiar a una decena de jóvenes en una caminata al cerro Quezalapa, ubicado entre las ciudades de San Pedro Masahuat y Rosario de la Paz, en el sureste del país.
«Algunos de mis vecinos me dijeron que yo era un loco por hacer esto», comenta Ramos, mientras se echa una mochila a la espalda y toma sus muletas para comenzar el ascenso al cerro, una caminata que puede durar hasta tres horas a paso relajado.
Sin doblegarse por la crisis y por las limitaciones de movilidad que le dejó la poliomielitis que sufrió de niño, Ramos conduce a los turistas por un resbaladizo camino de tierra en el que hay que sortear grandes rocas, maleza y árboles.
Después de que las restricciones para combatir la pandemia apartaran a los clientes de su negocio, el salvadoreño de 41 años tuvo que sobrevivir con el poco dinero que le enviaba su esposa desde Estados Unidos.
Un año atrás, ella y su hija tomaron el camino de miles de salvadoreños y emigraron sin documentos, con ayuda de un coyote, al país norteamericano para salir de su precaria situación económica.
Tras cerrar su negocio, el trabajo como guía le ha permitido salir adelante y pagar las deudas contraídas para el viaje migratorio de su familia.
Un sueño por cumplir
Desde la cumbre del cerro donde sopla una brisa fresca, se observa a lo lejos la silueta de volcanes, el azul de la cercana costa del Pacífico, el verde valle del Jiboa y el serpenteante curso del río del mismo nombre en el departamento oriental de San Vicente.
«Convertirme en guía es un esfuerzo con el que espero ayudar a que lleguen recursos económicos a mi comunidad como destino turístico y que esos ingresos también me ayuden a salir adelante», dice Ramos, sudoroso tras coronar la subida al cerro.
Ramos vive en la comunidad de Barahona, un poblado rural de campesinos que producen maíz, aledaño a San Pedro Masahuat, a unos 45 km al sureste de San Salvador.
Cobra una módica tarifa por su trabajo de guía hacia el cerro.
Cae la noche y Ramos platica amenamente con el grupo de jóvenes que le acompaña para pasar el tiempo en el cerro bajo la amenaza de una tormenta que, para su fortuna, no cayó.
«Admiro mucho a Lisandro, siempre se involucra en cuestiones que benefician a la comunidad, es admirable lo que hace de subir al cerro», comentó a la AFP Ernesto Valladares, uno de los jóvenes turistas.
Ramos suele hacer el recorrido acompañado de su hijo Rodrigo, de 10 años. Sufre al recordar a su esposa y su hija Heizel, de ocho años, quienes se encuentran en Atlanta, en el este de Estados Unidos.
«Mi sueño más grande es reunificar a mi familia. Por hoy mi hijo es mi amigo y mi compañero, él se quedó a cuidarme, pero espero un día estar con toda mi familia y por eso me esfuerzo», dice.