México (AFP) – Percibald García decidió leerles cuentos a los niños cuando escuchó a uno de ellos gritar por la ventana: «¡Estoy aburrido!». Desde entonces, frente a los edificios de un barrio de Ciudad de México, intenta sacarlos del tedio del confinamiento.
Con un micrófono y una bocina que arrastra con un coche de ruedas, el joven arquitecto de 27 años cumple diariamente esta cita en el céntrico barrio de Tlatelolco, entre relatos fantásticos y de forma desinteresada.
«Para nosotros fue claro: así como nosotros la pasamos mal, los niños la pasan mal», dice a la AFP Percibald antes de iniciar el recorrido de unas dos horas por distintos edificios acompañado por su madre y con un letrero de cartón en el que se lee: «De la casa a la plaza: narraciones para Tlatelolco».
El proyecto en el que trabajaba el arquitecto en Malinalco, en el vecino Estado de México, está detenido por la epidemia, así que dispone del tiempo necesario para pasearse con sus fábulas.
En esta jornada, la bocina atrae a varios niños con «El ciclo sin fin», la canción que abre la película «El Rey León», de Disney. Luego, el cuentacuentos exclama al vecindario: «¡Otro día, otra narración!», santo y seña que antecede la lectura.
Alegría en el encierro
El tema musical va a tono con el cuento, que platica cómo una mariposa bebe el néctar de una flor para después ser devorada por una libélula, que a su vez es alimento de un sapo, engullido por una culebra que finalmente es cazada por una lechuza. Al morir ésta, se convierte en abono para que nazca una nueva flor.
Es justo el mensaje que Percibald quiere transmitir: el ciclo sin fin de la vida. «Colorín, colorado, este cuento se ha acabado», dice el joven al terminar la narración, para después escuchar los aplausos de media docena de niños que lo despiden alegremente.
En otro punto del barrio, una niña emocionada le dice desde su ventana que quiere mostrarle unas estampitas de peces y él le agradece que le haya llevado pastel días atrás.
«Los niños nos ponen atención, de repente estás hablando de unos conejos que son panaderos y sale un niño que dice ‘yo también hago pan'», comenta Percibald.
«Este proyecto intenta abrir espacios para que los niños puedan distraerse en el encierro y expresar su sentir y pensar», agrega.
El joven juglar ha vivido toda su vida en Tlatelolco, escenario de la matanza de 1968, en la que militares acribillaron a estudiantes que protestaban. De esas y otras historias del barrio que su madre y su abuela le contaban brotó su vena narradora.
«Al final me crearon un arraigo por el territorio que yo habito a través de esas narraciones, y es algo que a mí me gustaría mucho seguir pasando a las nuevas generaciones o a los nuevos habitantes de Tlatelolco», manifiesta el cuentacuentos.