México (AFP) – Edith viaja diariamente una hora por un plato de comida gratis; Alejandro se ruboriza en la fila donde le regalarán un emparedado; Alejandra ahora es más pobre. Son los rostros de la penuria que deja la pandemia en México.
El segundo país latinoamericano más castigado por la covid-19 vería aumentar hasta en 10 millones el número de pobres por la emergencia, según una entidad oficial, con lo que casi la mitad de sus 127 millones de ciudadanos quedarían en tal condición.
Aquí los testimonios de esta calamidad, que añade más drama a las 19.080 muertes y 159.793 contagios que se registran a la fecha.
Cuestión de hambre
Edith Blanco, estudiante de psicología, viaja en bus con sus padres y dos hermanos para alimentarse en un «Come Móvil», programa del gobierno de Ciudad de México que sirve comida gratis cerca de hospitales que atienden la epidemia.
Hace tres meses la familia tenía tres ingresos fijos.
Pero «mi cuñada perdió el empleo, también mi hermano, mi mamá no trabaja y a mi papá se lo redujeron» a menos de la mitad, cuenta la joven de 19 años, residente del municipio de Tlalnepantla.
El presidente izquierdista Andrés Manuel López Obrador estima que por la crisis se perderán este año un millón de empleos formales, pero promete crear dos millones y ofrece una cantidad igual de microcréditos.
Solo en abril, 12,5 millones de personas tiraron la toalla y dejaron de buscar trabajo, según el Instituto de Estadística. De ellas, 10,4 millones estaban en la informalidad.
«Estamos aquí por hambre, por necesidad», suelta la madre de Edith, renuente a hablar con la prensa, mientras aguarda su ración de frijoles, carne y arroz.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) prevé que el número de pobres escalará a 62,2 millones en 2020, frente a 52,4 millones de 2018, su último dato. Esto echaría por tierra la reducción de 2,5% de la última década.
«Personas que habían salido (de la pobreza) ahora regresan a ser pobres; y personas que nunca lo habían sido, ahora lo son», comenta Gonzalo Hernández, director de Red de Pobreza Multidimensional, que asesora la medición del problema en varios países.
«Nunca había pedido comida»
La organización católica Sant’Egidio solía regalar cenas a indigentes dos veces por semana junto a su capilla de la capital.
Pero con la pandemia empezó a recibir a desempleados como Alejandro Fernández, de 40 años, en fila para recibir un sándwich, guayabas, galletas y agua.
En marzo cerró el taller donde trabajaba como radiotécnico.
«Nunca en mi vida había pedido comida, pero la situación está tremenda y esta ayuda es muy buena», cuenta avergonzado Fernández, de gorra y tenis. La mujer que lo acompaña no puede ocultar su incomodidad.
Sin ingresos, tuvo que dejar la manutención de un hijo pequeño a su expareja. Mientras tanto, la incertidumbre lo agobia, pues no sabe si el taller reabrirá.
Con una economía que podría contraerse hasta 8,8% este año, según el Banco de México (central), su perspectiva es sombría.
Acumulación de males
Alejandra Ortiz, de 65 años, sabe bien lo que es ser pobre. Antes de la pandemia reunía unos 5.000 pesos mensuales (217 dólares) vendiendo dulces en un mercado popular.
La plaza cerró provisionalmente, pero en marzo ya se había confinado en casa por una afección pulmonar que la hace más vulnerable al virus.
Por el aislamiento, ella, su hija y dos nietos pasaron a depender de un yerno taxista que para colmo de males cayó enfermo de covid-19.
«Llevamos dos meses sin trabajar ¡No es posible! ¿Quién subsiste?», pregunta angustiada la mujer, al borde de la pobreza extrema en la que -según el Banco Mundial- están quienes viven con menos 1,9 dólares diarios.
La Cepal calcula que la pobreza extrema en México podría aumentar de 11,1% a 15,9% este año.
Por ello Alejandra y su hija acuden al «Come Móvil».
María Salazar, quien diariamente cocina las enormes ollas de guisos que reparten en esos comedores, asegura que desde el terremoto de 2017 -que dejó 369 muertos- no recuerda una situación similar.
En tres meses pasó de preparar 2.800 a 4.500 raciones diarias y -dice- «lamentablemente sigue aumentando».
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