México (AFP) – La AFP movilizó a varios de sus fotógrafos y videastas en México en torno a un proyecto titulado «Veinticuatro horas en México a la sombra de la violencia».
El 22 de noviembre, estos hombres y mujeres, todos mexicanos, captaron con sus cámaras escenas de la violencia cotidiana en un país que ha registrado más de 250.000 asesinatos desde que el gobierno lanzó una ofensiva militarizada contra el narcotráfico en 2006.
Así es como experimentan la violencia de cada día:
– «En constante contacto con la muerte» –
En Ciudad Juárez todo es extremo: el clima del Desierto de Chihuahua, la falta de agua y la violencia. La ciudad fue nombrada «capital mundial del asesinato» hace algunos años. Aquí es donde vive y trabaja Hérika Martínez Prado, de 36 años.
«Imágenes que narran las historias de las madres del feminicidio, de las víctimas de masacres, de habitantes de comunidades de donde la mayoría han huido debido a la violencia», recapitula sobre sus temas.
«Ser fotoperiodista en Ciudad Juárez es estar en constante contacto con la muerte y el dolor, es vivir un dolor ajeno que se vuelve tuyo en un escenario de lágrimas, de balas, de sangre», dice.
En la misma ciudad, Raúl Morales, videasta de 41 años, explica que caminar con su cámara en ristre es «mi satisfacción y mi temor». Es imperativo, dice, separar su rol periodístico del «sentimiento del padre de familia, del hermano, del hijo o del esposo».
Tijuana también vive ligada a la frontera con Estados Unidos, en el noroeste de México. Es un cruce clave para los migrantes indocumentados en busca de la tierra prometida y campo de batalla para cárteles rivales.
Aquí, Guillermo Arias, de 43 años, se interesó en una fosa común transformada en un monumento a las víctimas anónimas.
Se obsesionó con las inscripciones sobre los muros: «¿Dónde estás?», «¿Qué pasó?», «Que nunca vuelva a suceder».
Las fotografías de violencia son habitualmente publicadas por tabloides mexicanos en una sección macabra que lleva el nombre de «nota roja».
Pedro Pardo trabaja actualmente en Ciudad de México, pero se abrió paso como fotógrafo en Guerrero (sur), uno de los estados más sangrientos del país. Dice que nunca lo motivó alimentar las páginas de «nota roja».
Sin embargo, «como fotoperiodistas no podíamos obviar la violencia que se estaba registrando», explica.
«Había que hacerlo, trasladarse a escenarios que prácticamente no te ofrecían seguridad. Tuvimos que ir a escenas donde no sabías quién era quién» pues muchas veces los cuerpos estaban atrozmente mutilados, los rostros quemados, los miembros seccionados.
Pero, ¿hasta dónde se puede exponer el horror? Pardo admite haber renunciado a tomar algunas fotografías o al menos haberlas capturado «de una manera más sobria» solo para dejar registro.
– Una especie de Quasimodo –
Julio César Aguilar, fotógrafo de 41 años, se instaló hace 12 en Monterrey, una ciudad industrial en el noreste. Tras cuatro robos sucesivos a su casa, se ha mudado dos veces.
«A veces me imaginaba como una persona de apariencia normal y a medida que iba fotografiando víctimas de ejecuciones durante el día me iba deformando físicamente y al llegar la noche terminaba siendo una especie de Quasimodo. Y así día tras día», relata.
Para Ulises Ruiz, 42 años, quien cubre desde Guadalajara, en el estado occidental de Jalisco, la idea de un México sin violencia «se ve muy lejana».
«La autoridad se encuentra rebasada. Todos los días sucede un asesinato, levantan personas, torturan y abandonan a gente en la vía pública con signos de violencia, madres de familia buscan desaparecidos, la fiscalía buscando en fosas».
«Me siento impotente de no darle cobertura a cada uno de los temas», confiesa.
Rashide Frías, 35 años, vive en Culiacán, capital del estado de Sinaloa, bastión del narcotraficante Joaquín «Chapo» Guzmán.
Una de sus imágenes, captada de noche, muestra el interior de un automóvil y en un halo de luz fría la cara pálida de un hombre abatido, con la boca ligeramente abierta.
«Con mi cámara he sido testigo de cómo este fenómeno ha penetrado en el corazón de la sociedad mexicana. La muerte en México se respira todos los días, en cada momento, en todo lugar».
– Tequila, campos de aguacate y… violencia –
Enrique Castro, de 34 años, trabaja en Morelia, en el estado de Michoacán, conocido por su tequila, sus campos de aguacate y… su violencia.
«En Michoacán, desde hace casi 15 años, la violencia es cosa de rutina. En todo el estado suceden cosas en relación al narcotráfico y a muertes violentas», dice.
Para Francisco Robles, de 38 años, los ciudadanos de Acapulco, en Guerrero, se han vuelto «inmunes» a la brutalidad.
«A la gente ya no le asombra observar cuerpos mutilados, asesinados por arma de fuego. Pueden pasar a un costado de la escena del crimen sin ningún problema de asombro, sacar su móvil hacer una foto o un video de la manera más normal, como si fuera un atractivo turístico más de la ciudad», dice.