Monte Negro (Brasil) (AFP) – La aldea en la que los uru-eu-wau-wau están cocinando al fuego un puerco salvaje cazado con sus flechas de bambú se halla a pocos kilómetros de la hacienda donde tres vaqueros a caballo acaban de recoger el ganado al final de la tarde en la Amazonía brasileña.
«Con ellos no tenemos problemas», explica a la AFP Awapy Uru-eu-wau-wau, de 38 años, líder de esta comunidad de 19 personas metida en la selva en el centro del estado de Rondonia.
Pero eso no es lo habitual. La riquísima reserva indígena Uru-eu-wau-wau, con una superficie de 1,8 millones de hectáreas (casi el doble de Líbano), es una de las más amenazadas por invasores de tierras, madereros, hacendados y mineros que deforestan para explotar sus recursos; un conflicto que se replica en muchos otros puntos de la mayor selva tropical del planeta.
Los pocos centenares de habitantes de la reserva, distribuidos en siete aldeas (varias de ellas aisladas), tienen un largo historial de resistencia con escasos medios y, por una cuestión de vigilancia y protección, suelen vivir en los límites de su territorio, demarcado a principios de los 90.
«Enfrento esta invasión desde que tengo 19 o 20 años y hasta hoy esos tipos nos amenazan porque les hacemos frente. No tengo miedo de arriesgar mi vida», afirma Awapy.
Su aldea consta de media docena de casas precarias, unas de madera con techo de paja y otras de cemento con techo de tejas, y sus cinco familias tienen en la selva su principal sustento.
A diario se adentran para cazar y combatir a «los invasores», a menudo grupos organizados, en enfrentamientos que muchas veces se tornan violentos.
– «Lo están deforestando todo» –
Desde el aire, se ven fácilmente los claros y los pastizales que avanzan con la deforestación, que comienza con incendios como los que han impactado al mundo en las últimas semanas.
La ausencia del Estado convierte esas zonas en vivero de todo tipo de mafias y propicia las invasiones de tierras, que terminan muchas veces integradas en haciendas para apacentar ganado.
El Ministerio Público formuló varias denuncias contra productores rurales por haber ocupado, parcelado y vendido tierras en esta y otras reservas.
Los uru-eu-wau-wau sostienen que los invasores se sienten amparados desde la llegada al poder en enero de Jair Bolsonaro, partidario de abrir las zonas protegidas a actividades extractivas y que cree que los indígenas no quieren vivir en reservas «como si fueran zoológicos».
«Antes no era tan así, pero hoy están deforestando todo», exclama Awapy, dentro de la «oca», el habitáculo de reunión de las familias, donde otros indígenas yacen en hamacas.
– Tierra de «buey, Biblia y bala»
A una hora y media por una carretera forestal, en la pequeña localidad de Monte Negro, el agronegocio muestra su músculo con un rodeo de toros, donde dos decenas de «cowboys» exhiben el arte de resistir varios segundos sobre el espantado animal.
Vestidos con sombreros, jeans y botas de vaquero, procedentes de las enormes haciendas de miles de cabezas de ganado que recortan los bordes de la selva hace décadas, los espectadores disfrutan del espectáculo y se ríen a carcajadas con un sketch en el que un clown caza a un ciervo (en portugués, «veado», que también se usa para referirse despectivamente a los homosexuales).
Es el Brasil rural y conservador, feudo del bolsonarismo, cuyos habitantes encajan en el «BBB» (buey, Biblia y bala): las poderosas bancadas del agronegocio, de las Iglesias evangélicas y del lobby de la seguridad en el Congreso cuyo apoyo fue vital para la llegada del mandatario ultraderechista al poder.
Los hacendados, de aspecto altanero y desconfiado, están en el punto de mira de los ambientalistas, que les acusan de ser unos de los responsables del saqueo del «tesoro» amazónico -vital para el futuro del planeta-, en beneficio propio y en detrimento de las tierras públicas y de las reservas indígenas.
– «La Amazonía es nuestra, Macron»
Pero ellos sostienen que respetan los límites de sus tierras, reivindican su derecho a la codicia y recuerdan la importancia de la expansión del agro para la economía brasileña.
«La gente tiene que respetar; lo que es reserva es reserva, lo que es indígena es indígena», explica Marconi Silvestre, dueño de una hacienda en Monte Negro y organizador del rodeo.
Otro de los hacendados que acudió a la feria a vender toros reproductores asegura bajo anonimato que los propios indígenas deforestan y venden maderas y tierras.
«Están haciendo lo mismo que hicieron cuando llegó Pedro Alvares de Cabral», el primer portugués que, en 1500, desembarcó en las costas del futuro Brasil: «Cambiar riquezas por espejos».
Varios hacendados afirman que los medios de comunicación exageraron los incendios y repudian la preocupación internacional que llevó al presidente francés Emmanuel Macron a evocar una internacionalización de la Amazonía.
«¡La Amazonía es nuestra, díselo a Macron!», lanza uno de ellos a la AFP.