San José (AFP) – Tres personas disfrazadas de Batman, el Chapulín Colorado y Superman se mueven expectantes entre una pequeña multitud, hasta que un toro sale embravecido y los persigue por un redondel.
Todos corren, y algunos se refugian en la barrera de protección, pero otros se acercan a provocar una embestida del toro. A su alrededor, en las graderías, miles de espectadores aplauden cada vez que la bestia levanta a alguno de los toreros improvisados.
La escena es parte de los «toros a la tica» un ingrediente infaltable en las fiestas de fin de año de San José y una de las tradiciones más controvertidas en el país. Se realiza del 25 de diciembre al 6 de enero.
En Costa Rica está prohibido matar al toro en las corridas. En cambio, lo que el público celebra es cuando el animal alcanza a embestir a uno de los toreros.
En la arena, unos 40 toreros improvisados, casi todos hombres, son los actores principales de este espectáculo taurino, donde algunos se disfrazan de súper héroes, otros de payasos, pero todos vienen en busca de adrenalina.
«Así como hay gente que le gusta tirarse en paracaídas, nosotros buscamos sensaciones fuertes. Es una pasión, uno termina enamorado de esta tradición», comentó a AFP José Luis, un popular torero conocido como «El Gemelo».
Novatos o experimentados, hombres y mujeres, todos pueden participar en la corrida mientras hayan firmado una póliza de seguro, como la joven Kenli Cisneros, quien llegó un día a las 5 de la mañana para inscribirse al redondel de Zapote, en el sureste de San José.
«Es mi primera vez como torera improvisada, mi esposo llevaba más de 12 años esperando que me meta con él en el redondel, pero yo me escondo», cuenta.
Aunque la mayoría de los participantes huyen del toro, los más temerarios juegan con el animal hasta provocarlo, como «Batman», quien se robó el show esquivando a la bestia con agilidad.
Otros como Greivin Rojas, torero improvisado desde hace 6 años, no pudo salvarse de «el Ratón», un toro de unos 450 kilos que logró embestirlo.
«Me he llevado sustos, pero es la primera vez que el toro me agarra y no me suelta», indicó Rojas, aún sin aliento después de escapar de la cornada.
Aunque Rojas pudo salir ileso, más de una vez los improvisados terminan lastimados. En 2017, la Cruz Roja atendió a unos 350 toreros durante los 13 días de fiestas de San José.
«El año pasado un muchacho traía la mitad de la cabeza abierta y ahora (el viernes 28 de diciembre) el toro le metió un cacho» a un improvisado que casi pierde un ojo, contó «El Gemelo», quien lleva más de 30 años participando como torero.
Las corridas de toros en Costa Rica se remontan a la época colonial, cuando surgieron junto con el desarrollo de la ganadería y la influencia española.
– Morbo y tradición –
Si bien el toro no se puede matar, Costa Rica se mantiene como uno de los pocos países latinoamericanos que preservan la tradición de la tauromaquia.
En las graderías, la euforia está más que presente. El público aplaude, canta, estalla de risa, grita de susto e incluso de placer cuando el toro alcanza a algún torero.
Entre ellos se encuentran Fiorella y su familia, que desde hace 11 años asisten sin falta a esta actividad.
«Yo vengo a divertirme, aunque uno no esté metido en la arena se siente la adrenalina que ellos (los improvisados) sienten. Mi sobrino de 10 años sueña con cumplir 18 años para ir a meterse al redondel», contó Fiorella.
En paralelo a la pasión que despierta esta tradición, surge un incipiente activismo contra el maltrato a los toros.
Yayo Vicente, presidente del Partido Animalista de Costa Rica, considera que las corridas de toros son una tradición cargada de violencia, pese a los cuidados con el animal.
«En buena teoría no se puede maltratar al toro, pero es casi imposible no maltratarlo por más que no se mate al animal. Las corridas son bastantes nocivas para la salud del toro», aseguró Vicente a la AFP.
Destacó que en las corridas «el toro va a hiperventilar y a tener niveles hormonales que indican un estrés excesivo».
Si bien son consideradas una tradición del país, Vicente considera también que los niños no deben ser expuestos a ese tipo de espectáculos, que a su juicio refuerzan la conducta machista.
El activista de los derechos de los animales está convencido que la clave para dejar de perpetuar esa tradición reside en cambiar la mentalidad de las nuevas generaciones.