Curitiba (Brasil) (AFP) – Frente a otras capitales brasileñas, Curitiba aún se destaca: más de 60 m2 de áreas verdes por persona y un transporte público replicado internacionalmente la volvieron la ciudad modelo de América Latina. Pero la urbe ahora vive de glorias pasadas: «Ya no es lo que era», lamentan sus habitantes.
«Curitiba paró de innovar», afirma Jaime Lerner, el arquitecto que entre las décadas de 1970 y 1990 -cuando fue tres veces alcalde y una vez gobernador- lideró los cambios en la ciudad siguiendo una filosofía de actuar rápido, siempre respetando las características locales.
La fría capital de Paraná, con 1,7 millones de habitantes y a 400 km de la pujante Sao Paulo, ganó reconocimiento internacional por proyectos innovadores que en décadas pasadas atendieron desafíos ambientales y demográficos de forma sustentable.
Parques surgieron como espacios públicos que son aprovechados como mecanismos de drenaje.
Nació también la Red Integrada de Transporte con icónicas paradas tubulares que protegen a los pasajeros de la lluvia y el sol. Trabajan con cobro anticipado y tienen plataformas elevadas de la acera que facilitan el abordaje. Carriles exclusivos y terminales de conexión sirven para acelerar los tiempos de desplazamiento.
El esquema de transporte público, replicado después en más de 250 ciudades, le dio gran visibilidad mundial a Curitiba. «La movilidad era uno de los grandes problemas y nosotros conseguimos abrir un camino de un sistema simple, con una solución dentro de nuestra realidad, sin construir un metro, que era la tendencia entonces», explica Lerner.
Se puso en práctica, además, un innovador programa de reciclaje para la época. En los años ochenta, bajo el lema de «basura que no es basura», los curitibanos aprendieron a separar residuos reciclables de los orgánicos, lo que no ocurría en otras partes del país.
Pero las innovaciones del pasado parecen haberse hecho insuficientes ante nuevos desafíos urbanos y es probable que ya hayan sido superadas.
– Repensar la ciudad –
Aunque la población de Curitiba no ha crecido significativamente, la inmigración de otros pueblos a la gran ciudad en busca de empleo terminó instalándose en la periferia. El sistema de transporte público ha crecido pero no cubre todo.
Tampoco hay áreas verdes suficientes allí y, si desean ir a disfrutar un domingo en el parque, tienen que trasladarse hasta la gran ciudad. Algunos barrios ya pertenecen a otras jurisdicciones.
Con ese crecimiento, el programa de reciclaje que fuera pionero en Brasil quedó cortó frente a los nuevos retos ambientales: la mayoría de los ríos de la región están contaminados y arquitectos lamentan la ausencia de una perspectiva metropolitana.
Curitiba mantiene amplias y limpias aceras, espacios verdes por doquier, bajos índices de violencia en comparación con la media nacional y una amplia oferta cultural. La idea es que las otras ciudades dejen de ser «periferia» y sean incluidas en un plan mayor. Que sean ciudades para vivir y no solo para dormir.
«Esa visión de ciudad dormitorio está muy desfasada», dice Humberto Carta, joven arquitecto quien junto a otros colegas organizó en 2017 la exposición «Arquitectura para Curitiba», para repensar la ciudad.
«Es necesario evolucionar a políticas públicas que vean la periferia y a Curitiba como una (sola) región», complementa la arquitecta Luisa da Costa de Moraes. Pide que se valorice a las ciudades satélite para que realmente sean habitadas por las personas.
«Vivimos de las glorias pasadas y simplemente expandimos el modelo que Lerner implantó», agrega Carta.
Para Luiz Fernando Jamur, presidente del Instituto de Investigación y Planificación Urbana de la Alcaldía de Curitiba, la falta de innovación «tiene que ver con el factor económico».
Desde la arborizada sede del instituto que lleva su nombre, Lerner descarta argumentos sobre escala o recursos y responsabiliza del estancamiento a una «burocracia miedosa que tenemos en el país».
«Ellos quieren todas las respuestas antes. Puedes escribir un tratado sobre cómo nadar, pero si no entras al agua no cambia nada», reclama. A sus 80 años, por decisión propia ha dejado de aportar a la planificación local.
Para Humberto Carta, el recurso humano disponible en la ciudad se desperdicia. Tanto él como De Moraes afirman que hay poco espacio para actuar en la región debido a que el sector privado está enfocado en la expansión inmobiliaria y la administración pública trabaja con equipos internos y no abre concursos públicos.
Con hablar pausado, y sin parar de trazar líneas en una hoja blanca, Lerner dice que siente «dolor» de vivir en Curitiba «y ver lo que podría ser hecho». Su equipo, con proyectos en otras ciudades del país, tampoco tiene entrada en la capital paranaense.
Para este arquitecto no hay secreto en su fórmula de éxito en el siglo pasado: «Mientras muchas ciudades demoraban en diagnósticos difíciles, nosotros estábamos trabajando».