Santiago Jamiltepec (México) (AFP) – Sobrevivir a un terremoto de magnitud 7,2 en el sur de México para morir poco después al desplomarse un helicóptero oficial, que evaluaba posibles daños tras el sismo, fue el trágico destino de 13 personas que fueron «despedazadas» por las hélices de la aeronave en Santiago Jamiltepec.
Aunque la tragedia ocurrió el viernes, muchos de los 20.000 habitantes de este poblado ubicado entre las montañas tropicales del estado de Oaxaca, cerca de la costa Pacífico, siguen estupefactas o se persignan con la cabeza gacha cuando pasan junto a los despojos del helicóptero Black Hawk que aún yacen en una gran explanada de tierra.
«Cada vez que uno quiere ir a su casa tiene que pasar por aquí y ver esto. Nunca lo vamos a poder olvidar. Fue espantoso», dice a la AFP Concepción Ramírez, un ama de casa de 54 años cuya mirada se pierde en los restos del helicóptero del ejército mexicano de color gris camuflado.
Las manchas de sangre siguen visibles en la escena acordonada por militares y muchas pertenencias de las víctimas, como cobijas, ropa, juguetes y sillas, están esparcidas entre los restos de la aeronave.
Este polvoriento pero despejado terreno, ubicado a pocos metros de las viviendas, fue el lugar al que numerosos pobladores se dirigieron durante las fuertes sacudidas del sismo del del viernes, que tuvo como epicentro al sudeste de la vecina población de Pinotepa, y que se sintió hasta en Ciudad de México, reviviendo el trauma de terremotos anteriores.
Cientos de réplicas se han sucedido desde entonces, por lo que muchas familias con niños y ancianos improvisaron un campamento en la explanada para pasar aquella noche, temiendo que su casa se viniera abajo.
– Cuerpos despedazados –
El silencio de la noche se rompió cuando apareció en el cielo el helicóptero en el que viajaban el ministro de Gobernación (Interior) Alfonso Navarrete y el gobernador de Oaxaca Alejandro Murat, en una misión para evaluar los daños que causó el sismo.
«Dio varias vueltas, volaba bajito, bajito, y de repente empezó a coletear y se cayó de chingadazo (violentamente) con la hélice sobre la pobre gente. Y empezó la gritazón», cuenta Leopoldo García, quien escuchó el estruendo desde su casa.
La gente entró en pánico «cuando vio que una persona está cortada, otra está con las tripas de fuera, otras sin cabeza por la hélice», asegura otro poblador que estaba en la explanada en el momento del accidente.
Las víctimas «se cortaron por la mitad» y los cuerpos «despedazados» fueron recogidos por los propios familiares, subrayó con voz baja y temblorosa este hombre, que no quiso dar su nombre por temor a represalias de los militares.
Según él, las autoridades «no quieren que se sepa la verdad» porque no quieren admitir que el helicóptero «tenía fallas».
«Hay sangre donde está el helicóptero, nomás que estos le echaron tierra para que uno no se diera cuenta de que iba a haber tantas muertes», asegura, mientras la localidad de Santiago Jamiltepec se cimbraba en una nueva réplica del temblor.
Los funcionarios que iban a bordo del helicóptero resultaron ilesos en el siniestro pero trece pobladores -entre ellos cinco mujeres y tres niños- murieron y 15 personas resultaron heridas.
Fueron las únicas víctimas tras este sismo del que todos pensaban haber salido sin mayores daños.
– Triste adiós –
Al atardecer del sábado, cientos de habitantes de Santiago Jamiltepec salieron entre sollozos a las calles para dar el último adiós a las víctimas del accidente.
Ambientados con una fuerte música de banda fúnebre, la procesión llevó nueve coloridos ataúdes hasta el atrio de la iglesia, un edificio colonial.
El sacerdote, vestido con una túnica de luto color violeta, salió a la puerta del templo a recibir a los familiares de las víctimas, algunos de los cuales llegaron gritando y llorando, demasiado afectados para dar declaraciones a la prensa.
Para Iris Rubí Figueroa, una mujer de 32 años que acudió a la ceremonia con un vestido indígena, «es algo sorprendente ver a tanta gente damnificada, afectada al mismo tiempo».
«Es algo muy importante la familia, y este daño no se puede reparar», comentó, mientras esperaba la procesión frente a la iglesia.
Durante la ceremonia, que se llevó a cabo rodeada de flores blancas y veladoras, Virginia Suárez se aferra a su rosario mientras acompaña a la familia del fallecido Lorenzo Zárate.
«Todos decimos lo mismo: ¿cómo es posible que murieran así cuando justamente se estaban resguardando del sismo?», se lamenta esta anciana que se cubría con un velo blanco.